Page 298 - Vive Peligrosamente
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rodeaban, habría adquirido las proporciones de una tragedia. Repasé todos
los acontecimientos, y me sentí sumamente dichoso por haber podido salir
triunfante en la empresa; de que hasta la casualidad me hubiese tendido la
mano con gesto de infinita magnanimidad. Me sentí muy agradecido a los
camaradas que colaboraron conmigo, demostrándome, en todo momento,
que pasase lo que pasase siempre estarían a mi lado. No habría podido
conseguir absolutamente nada si ellos no hubiesen hecho gala de una férrea
disciplina, de un sincero valor.
Seguidamente pensé en nuestros heridos; afortunadamente, encontramos
con vida a todos los que sufrieron el accidente. Deseaba ardientemente
llegasen cuanto antes a lugar seguro. Volví a repasar la acción: Cuatro de
los planeadores habían desaparecido y yo ignoraba la suerte que corrieron.
¡Había perdido la tercera parte de mi flotilla! Tal vez pudieron conseguir
aterrizar en alguna parte...
A un jefe militar le resulta muy doloroso dar por desaparecidos a una
parte de sus hombres. Tanto Gerlach como yo, los buscamos en tanto
volábamos hacia Roma, pero no encontramos rastro de ellos en ninguno de
los valles. ¿Era posible que hubiésemos pagado caro el éxito? Esta pregunta
debía ser contestada por mis superiores. Yo tenía la certeza de haber
actuado lo mejor que pude, y mi conciencia estaba tranquila.
Volamos por encima de la frontera austriaca y entramos en una zona
tormentosa. Ya estábamos en disposición de comunicar por radio con la
Patria, cosa que se nos había prohibido hasta que no hubiésemos cruzado
sus fronteras. El radiotelegrafista empezó a actuar febrilmente, intentando
ponerse en comunicación con el aeropuerto de Viena. No tardó mucho en
anunciamos que sus llamadas no obtenían respuesta desde el aeródromo de
Aspern.
La cabina del piloto no ofrecía mucha visibilidad. Gruesas y oscuras
nubes ocultaban todo el paisaje. Estábamos obligados a volar a unos dos
mil metros de altura para poder pasar por encima de las altas cumbres de
las montañas; nos orientábamos por medio de la brújula.
El Duce parecía haber dormido. El radiotelegrafista volvió a
informarnos:
–¡No puedo comunicar con Viena!
Poco a poco oscureció; a ello contribuyó la compacta masa de nubes.
Miré el reloj. Eran cerca de las 19,30. Debíamos llegar a destino en muy
poco tiempo. ¡Casi estábamos llegando al aeródromo y todavía no
habíamos podido hablar con él! A medida que transcurría el tiempo me iba