Page 301 - Vive Peligrosamente
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Como es de suponer, aproveché la inesperada sugerencia y llamé a mi
          esposa. Llegué al extremo de sorprenderla  mandando a buscarla con un
          coche conducido por el ayudante de Querner.
            El general, un oficial de  su Estado  Mayor  y un oficial de la zona de
          Viena, se reunieron conmigo en mi habitación.  Otras personas, cuyos
          nombres no recuerdo, entraban y salían de la habitación. Todos me rogaban
          les explicara  mi gran aventura. Lo hice con sumo gusto. Cómodamente
          recostado en un sillón, descansaba; tenía estiradas las piernas y sostenía en
          la mano una copa de coñac. Ni siquiera recordaba que hacía tres días que
          no me afeitaba y que mi rostro parecía un cepillo. El polvo y el sudor que
          cubrieron mi persona durante todo el día formaban una espesa costra en mi
          cuerpo; mi destrozado uniforme no era el más indicado para visitar el salón
          del mejor hotel de Viena. Pocos minutos antes  de la medianoche, un
          coronel, jefe del Estado Mayor de la zona, se hizo anunciar. Entro en la
          habitación con aire solemne y se presentó. Mis ojos se abrieron como platos
          cuando anunció:
            –Señor capitán, me presento ante usted cumpliendo una orden que me
          ha transmitido nuestro Führer. Tengo el encargo de entregarle la "Cruz de
          Hierro".
            Seguidamente se desprendió de su propia condecoración y me la
          entregó. Una copa de coñac puso fin a la entrevista y me ayudó a dominar
          la sorpresa. Me pasé algún tiempo estrechando manos y agradeciendo las
          felicitaciones que  me llovieron encima. Volvió a  sonar el teléfono. El
          general Querner contestó a la llamada. Se volvió a mí y dijo:
            –¡Skorzeny, el Führer desea hablar personalmente con usted!
            Adolf  Hitler me agradeció  haber  cumplido su orden con calurosas
          palabras. Me dijo:
            –Acaba usted de llevar a cabo, felizmente, una hazaña  militar  que, a
          partir de este momento, formará parte de la Historia. Me ha devuelto a mi
          amigo Mussolini, por lo que, en agradecimiento a sus servicios, le
          condecoro con la "Cruz de Caballero" y le asciendo a comandante de las
          SS. Acepte mis más calurosas felicitaciones.
            Cuando, poco tiempo después, desde Munich, recibí la noticia de que mi
          comando había cumplido satisfactoriamente también su misión en "Rocca
          della Cominata" y que la familia del Duce se encontraba, sana y salva, en
          aquella capital, pude cerrar tranquilo el agitadísimo día que ya quedaba a
          mis espaldas y  despedirme de  mis  huéspedes. Un baño caliente  me
          proporcionó  un placer deseado ardientemente desde hacía horas. Al
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