Page 306 - Vive Peligrosamente
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prometió que ordenaría se hicieran en Italia las indagaciones pertinentes al
          caso.
            La tarde del día siguiente llegó al Cuartel General, en tren especial, el
          mariscal del  Reich Hermann Göring. También  me pidió le explicase  mi
          "historia" con todo lujo  de detalles, lo que hice  en tanto dábamos un
          pequeño paseo. Y  me condecoró con el distintivo "Fliegerabzeichen" en
          oro. A pesar de ello,  prosiguió echando un jarro  de agua fría sobre mi
          alegría, al reconvenirme por la ligereza de que yo había dado muestras al
          permitir que el Duce despegase del Gran Sasso en las condiciones en que lo
          hizo. Aguanté en silencio su rapapolvo. Y cuando hubo concluido, le rogué
          condecorara con la "Cruz de Caballero" al capitán Gerlach y al teniente
          Meier. El primero era el hombre que había conseguido aquella "gran
          proeza" con la "Cigüeña",  y el segundo era el piloto de mi planeador.
          Prometió  complacerme. Ya me  había  ocupado, con anterioridad, de  que
          Hitler distinguiera a mis hombres de las SS, cosa que conseguí. ¡Se lo
          merecían con creces!
            Fui invitado a comparecer aquel mismo día en la casa de té. Hube de
          hacer un pequeño discurso ante un auditorio de unos quince generales.
          Tanto el mariscal del Reich como el coronel–general Jodl, estaban
          presentes.  Al principio me sentí un poco cohibido al verme  ante tantas
          personalidades. Pero, acto seguido,  me di ánimos y empecé  mis
          explicaciones. Es lógico  pensar que no hablé sujetándome a  los más
          estrictos cánones. Pero todo el mundo aceptó mis explicaciones. Muchas de
          mis palabras, ciertamente irónicas, fueron coreadas por alegres carcajadas,
          a pesar de que no fuesen propias de la atmósfera de respetabilidad que se
          respiraba en el Cuartel General.
            Al día siguiente, el comandante de las fuerzas militares de seguridad del
          FHQ (Cuartel General del Führer), coronel Strewe,  me invitó a  visitarle.
          Me afirmó que yo le había causado innumerables preocupaciones, y que
          temía que,  a partir de  entonces, los aliados imitasen  mi  ejemplo y
          decidieran hacer un aterrizaje  análogo en el  mismo Cuartel General del
          Führer. Seguidamente me rogó que le aconsejara sobre la forma de tomar
          las  medidas  preventivas que le pusieran a cubierto  de una acción de tal
          estilo. No pude negarle que existieran posibilidades de poder asaltar por
          sorpresa el FHQ. No cabía la menor duda de que podían darse en todos los
          cuarteles generales. Y todavía no comprendo ahora cómo no se le hubiera
          ocurrido aprovecharse de  ellas  a ningún general del Alto Estado Mayor.
          Tanto los oficiales  como los generales de un cuartel general no están
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