Page 308 - Vive Peligrosamente
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Subimos en un viejo aparato de instrucción, un "Junker Weihe" que, a
          pesar de su antigüedad, logró resistir los embates del viento y aguantó hasta
          Viena. Hay que agregar, también, que el piloto empezó a sentir un miedo
          atroz y se negaba a tomar tierra. Mis enérgicas admoniciones y mi promesa
          de ayudarle en caso de apuro tuvieron como  consecuencia un  aterrizaje
          bamboleante, pero feliz.
            El lector habrá comprobado que no soy supersticioso. No acepto la
          superstición. Cada vez que compruebo que algo no marcha bien, lo intento
          por segunda vez. Hasta ahora,  mi  manera de actuar  me ha dado
          satisfactorios resultados.
            El nuevo "He–111" que volvieron a poner a mi disposición me llevó a
          Roma el siguiente día.  Durante  mi ausencia, gran número de tropas
          alemanas habían llegado a la ciudad. En todo el territorio desarmaron a los
          soldados de Badoglio que se mostraban irreductibles. Ya no teníamos que
          temer un peligro inmediato como el que se había cernido sobre nosotros
          durante los días que sucedieron a la fecha del 8 de septiembre, en que se
          temía que Italia pactase con los aliados. Por aquel entonces, toda Italia, a
          excepción de la cabeza de puente aliada, se encontraba segura en manos
          alemanas, empleando el tono de los informes dados por la Wehrmacht.
            Cuando volví a hallarme en Frascatti, tuve una agradable sorpresa. Un
          pequeño y anciano caballero se hizo anunciar mediante su tarjeta de visita.
          A partir de aquel momento siempre  recordaría al conde Adolfo... Me
          agradeció efusivamente el rescate de Benito Mussolini, y me condecoró con
          la orden italiana de los "100 Moschettieri", que, tal como indica su nombre,
          sólo estaba en posesión de cien personas. Se trataba de una medalla de plata
          sobre la que  estaba esculpida una calavera y de la  que pendía  una cinta
          negra de seda. Su dorso llevaba la firma de Mussolini. Unos días más tarde,
          también fui  condecorado  con la más  alta distinción del Fascio italiano.
          Desgraciadamente perdí las dos condecoraciones cuando llegó el caos; me
          fueron robadas de mi equipaje.
            Asimismo me enteré de algunas novedades que, en parte, me alegraron,
          y, en parte, me molestaron. Me informaron de que algunos miembros de
          una agencia de publicidad se habían dirigido al Gran Sasso con el fin de
          filmar "algunas escenas originales de la operación". Hasta  más tarde no
          pude impedir que una parte de aquellas fotografías fuesen publicadas en las
          revistas alemanas como "auténticas".
            Otra noticia  que me dieron no me gustó; pero confieso que sentí un
          cierto alivio al escucharla. El 12 de septiembre, a la misma hora en que yo
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