Page 305 - Vive Peligrosamente
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–En tal caso, se verá obligado, también, a hacer comparecer ante un
tribunal al conde Ciano.
El Duce contestó muy seriamente:
–No ignoro que mi yerno debe ser uno de los primeros en comparecer
ante un tribunal, y no me hago ninguna ilusión sobre el desarrollo del
proceso.
En aquel instante descubrí la tragedia personal de aquel hombre; la
inmensa tragedia de un hombre que, en calidad de jefe supremo de una
República que era, no tenía más remedio que procesar y juzgar por el delito
de alta traición a un miembro de su propia familia.
Aquel hombre, cuya voluntad era de hierro, parecía ser lo
suficientemente fuerte para no vacilar en destruir al marido de su hija
predilecta. No obstante, creo que nadie pudo saber lo que pasaba en lo más
recóndito de su alma. Yo sabía que todos los italianos tenían un alto
concepto de la familia. Por ello puedo imaginarme su estado de ánimo en el
momento en que se vio obligado a firmar la sentencia de muerte de su
yerno.
Cuando nos reuníamos a la mesa, sosteníamos animada conversación,
en la que participaban todos los presentes. Los dos hijos pequeños del
Duce, que contaban doce y catorce años, respectivamente, se mostraban tan
animados que su padre se veía forzado a llamarles la atención.
El Duce acostumbraba servirse unos huevos y un poco de verdura en
sustitución de lo que nos servían a la mesa; era muy parco en sus comidas.
Como postre siempre prefería la fruta variada. Donna Rachele no hablaba
mucho durante las comidas; apenas metía baza en la conversación.
El 15 de septiembre, a primeras horas de la mañana, despegamos en
dirección al Gran Cuartel General del Führer, en la Prusia Oriental.
Al llegar al aeródromo del Cuartel General, disfrutamos de un tiempo
maravilloso. Cuando se detuvo el "JU" y descendimos del aparato, el Duce
fue saludado por Hitler. Acto seguido, el Führer me saludó efusivamente y
me citó para aquella misma tarde, con objeto de que le diera una
información completa sobre mi acción.
Cuando me recibió, tuve que informarle detalladamente sobre todos los
acontecimientos acaecidos en el transcurso de los últimos meses,
interesándose por el más mínimo pormenor. No me agradó tenerle que
decir que había perdido una tercera parte de mi flotilla aérea, y añadí que,
en tal momento, ignoraba aún la suerte que había corrido. Hitler me