Page 309 - Vive Peligrosamente
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volaba hacia los Abruzzos, el  mando alemán en Italia dio  orden de
          abandonar, sin lucha, la isla de Cerdeña, habiéndose mandado a las tropas,
          no obstante, que libertasen, pasase lo que pasare, a Mussolini, que estaba
          preso, según el mando, en Santa Magdalena, y que se lo llevaran consigo en
          su retirada. Mi pequeño servicio de información personal había trabajado
          con más rapidez, y la misión que me había sido encomendada, al igual que
          al general Student, fue cumplida satisfactoriamente sin necesidad de pedir
          prestados los servicios de las fuerzas regulares, que demostraron ser menos
          eficaces que nosotros. ¡Me sentí orgulloso por haberlas aventajado en todo!
            Mis hombres recibieron las condecoraciones que les habían sido
          concedidas, de mis  manos, en el transcurso de una pequeña  fiesta. Al
          informarles que regresaríamos por carretera, vitorearon mis palabras con
          alegría.
            Tenía intención de mostrarles los parajes más bellos de Italia y del sur
          del Tirol. Al llegar al lago de Garda el I "Panzerkorps", mandado por mi
          viejo camarada el general Paul Hausser, no nos dejó continuar adelante sin
          asistir, previamente, a un agasajo y haber aceptado como regalo un bonito
          "Lancia– cabriolé". Ordené formara parte de los coches puestos al servicio
          de mi unidad.
            Mis explicaciones sobre el "rescate italiano" serían incompletas, si no
          hiciese  mención de los  diez hombres  que resultaron gravemente heridos
          durante la operación. Afortunadamente todos curaron  y, poco tiempo
          después, volvían a incorporarse a nuestras filas.
            Desgraciadamente, la opinión pública creía que nuestra acción había
          costado un gran número de bajas; cosa comprensible si se tienen en cuenta
          las primeras  noticias transmitidas por la radio sobre la  misma.  En una
          pequeña entrevista que nos hicieron a  Karl Radl y a mí ante la radio,
          procuramos  aclarar el equivoco. Pero todos nuestros esfuerzos para
          atenernos a la verdad, resultaron infructuosos. En el transcurso de los días y
          de las semanas siguientes, hasta llegué a recibir varios donativos en
          metálico destinados a las "víctimas del rescate del Duce". Reunimos los
          donativos en  mi despacho  y los repartimos  entre los paracaidistas de la
          Luftwaffe.
            Cuando estuvimos de regreso en Friedenthal, decidí conceder un corto
          permiso a mis hombres.
            El inmenso  montón de cartas que recibí, escritas por soldados  y
          trabajadores  que estaban  en el interior del país y en los frentes,  me
          proporcionaron gran alegría. Especialmente, los soldados que combatían en
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