Page 299 - Vive Peligrosamente
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sintiendo intranquilo. No  tenía nada de agradable dar vueltas entre las
          nubes llevando a bordo  una personalidad tan importante. Comprobamos
          que el carburante iba escaseando. El piloto murmuró algo sobre un
          aterrizaje de emergencia. Pero tal acción era imposible de ser llevada a
          efecto. Volvimos a hacer cálculos, y dedujimos  que estábamos en las
          cercanías de Viena.
            Mientras tanto, había oscurecido por  completo. Yo permanecía en la
          cabina del piloto y hacía lo posible para ver algo a través de la negrura que
          nos rodeaba por todas partes. Volábamos a gran velocidad. De pronto, pude
          ver abajo, a través de una nube, una brillante franja que parecía agua. Sólo
          podía tratarse del lago "Neusiedler". Respiré tranquilo; a partir de entonces
          todo iría bien, porque conocía aquellos parajes como la palma de mi mano.
          Atravesamos las nubes con precaución  y empezamos a descender. Mis
          suposiciones resultaron ciertas.  Al  cabo de poco vimos el lago, que se
          extendía bajo nosotros a unos cincuenta metros de distancia. Ordené que el
          aparato virara hacia el Norte. Sabía que podíamos volar tranquilamente a
          dicha altura hasta llegar al Danubio. Cuando lo alcanzásemos no teníamos
          más que doblar a la izquierda y estaríamos en  Viena. Aterrizamos en
          Aspern completamente a oscuras.
            Hice que el avión se detuviera en una esquina del campo, donde estaba
          el puesto de guardia. Acto seguido  desembarqué y me dirigí hacia los
          edificios para ver si éramos esperados por alguien. Me informaron de que
          varios coches, provenientes de la ciudad, habían estado en el aeródromo,
          pero que al enterarse de que un avión se había visto obligado a hacer un
          aterrizaje forzoso en Schwechat, localidad situada en las afueras de Viena,
          se habían apresurado a dirigirse hacia allí.
            ¡Hacía más de una hora que esperaban el aterrizaje de nuestro aparato!
          A pesar de ello, me sentí tranquilo por haber llegado sin novedad.
            Me costó mucho trabajo conseguir del comandante del aeródromo que
          pusiera a nuestra disposición un coche para trasladamos a Viena, pues yo
          no podía informarle de la identidad de la persona que me acompañaba. Por
          él  me  enteré, también, del  motivo  por el que  no habíamos podido
          comunicar por radio con el campo: ¡El aeródromo de Aspern, junto a
          Viena, había estado "franco de servicio" por ser domingo! ¡Cosa inaudita si
          se tenía en cuenta que estábamos en plena guerra, en el año 1943!
            Regresé al aparato en el coche facilitado y rogué a Mussolini montara en
          él. Al llegar a la autopista, nos cruzamos  con la columna de coches
          ocupados por altas personalidades  militares, que regresaban.  En ellos
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