Page 295 - Vive Peligrosamente
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que el aire era muy fuerte. Volamos a unos escasos treinta metros sobre
tierra y alcanzamos la salida del valle de Arrezano.
¡Habíamos superado la difícil prueba!
Los tres estábamos pálidos en extremo; pero ninguno dijimos una sola
palabra. Prescindí de toda ceremonia y puse mi mano sobre el hombro de
Benito Mussolini, al que acabábamos de salvar por segunda vez.
Pocos minutos más tarde me hizo unos comentarios sobre los paisajes
que se extendían cien metros por debajo de nosotros. Por motivos de pura
prevención no volábamos a gran altura y procurábamos mantenernos cerca
de la cordillera.
–Aquí abajo hablé, hace veinte años, ante una gran concentración de
gentes... En este otro lugar enterramos a un viejo amigo –recordaba el
Duce.
Tan sólo en aquel instante me di cuenta de que Mussolini hablaba un
perfecto alemán. En el transcurso de las últimas horas, durante las que tuve
que dominar mis nervios, no había reparado en ello, lo había aceptado
como una cosa natural.
Tuve ocasión de disfrutar del bello panorama por encima del cual
volábamos; era la segunda vez que yo lo hacía en el mismo día, pero, es
comprensible, no le había prestado atención. A través de los boquetes
abiertos en el planeador, sólo me fue dable vislumbrar algunos retazos del
paisaje, aunque mi estado de ánimo no me había permitido admirar su gran
belleza. Pero en aquel momento, el panorama se exhibía ante mí en todo su
esplendor. Lo abarqué con la vista y sentí una alegría indescriptible.
Volamos sobre Roma y nos dirigimos a Pratica di Mare, donde teníamos
la intención de aterrizar. Gerlach nos gritó:
–¡Agárrense con fuerza, aterrizaje de dos puntos!
Al oír su voz recordé nuestro averiado tren de aterrizaje.
Tomamos tierra rodando con precaución sobre la rueda derecha del
aparato y el espolón para conservar el equilibrio. También pudimos realizar
con éxito esta operación. ¡No en balde era domingo!
El capitán Melzer nos recibió en nombre del general Student. Demostró
alegrarse sinceramente por la feliz realización de nuestra empresa.
Tres "He–111" estaban preparados para despegar. Al verles, pensé que
debía volver a comportarme con arreglo a los usos tradicionales. Presenté al
Duce a los tripulantes de los aviones. Y volví a estrechar, agradecido, la
mano de Gerlach, el piloto que acababa de realizar una auténtica proeza.