Page 290 - Vive Peligrosamente
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cualquier acto de resistencia sería inútil. Me rogó le diese tiempo para
          pensarlo y le concedí un sólo minuto.
            En aquel preciso instante entró mi ayudante en la estancia, lo que me dio
          a entender que había logrado abrirse  paso. No obstante, parecía que los
          italianos continuaban manteniendo la entrada, porque  no  recibimos
          refuerzos.
            Regresó el coronel italiano. Sostenía una botella de vino tinto de marca
          en las manos, y me la ofreció al mismo tiempo que se inclinaba ante mí
          diciendo:
            –¡Al vencedor!
            Una sábana blanca que colgamos de la ventana sirvió de bandera de la
          paz. Grité algunas órdenes e instrucciones a mis hombres.
            Entonces, sólo entonces, estuve en disposición de dirigirme a Mussolini,
          que estaba en un rincón protegido por el teniente Schwerdt. Me cuadré ante
          aquél y le dije:
            –¡Mi Duce, el Führer me envía para libertaros! ¡Sois libre!
            Mussolini me abrazó y respondió:
            –¡Sabía que mi amigo Adolf Hitler no me dejaría abandonado!
            Lo que sucedió a continuación no nos proporcionó ningún quebradero
          de cabeza. Los soldados italianos fueron obligados a depositar sus armas en
          el comedor del hotel; pero los oficiales pudieron conservar sus armas, en
          cumplimiento de una  orden que  yo  di.  Fui enterado de que, además del
          coronel, habíamos cogido prisionero a un general.
            La estación de montaña no sufrió daños; nos resultó fácil apoderarnos
          de ella. La estación del valle nos transmitió, telefónicamente, un informe
          análogo. Pero también nos enteramos de que en el valle habían tenido lugar
          algunas escaramuzas, y que el tiempo señalado se cumplió al segundo. La
          sorpresa había resultado  nuestra  mejor aliada. Y  nuestra rápida acción
          contribuyó al éxito de la difícil empresa.
            El primer teniente von Berlepsch, que mandaba a los paracaidistas que
          nos secundaron, se había vuelto a incrustar su monóculo cuando le ordené a
          través de la ventana que mandara refuerzos por teleférico.
            Pensé que lo mejor era estar completamente seguros, y que no estaría
          mal que el coronel italiano se enterase de que contábamos con refuerzos en
          el valle. En el primer teleférico subió el mayor Mors, que  se había
          encargado del mando del Batallón de Paracaidistas que tomaron el valle. En
          cuanto nos  encontramos seguros, enviamos a varios soldados al lugar
          donde  había caído el octavo planeador. Con el mayor, llegó al hotel el
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