Page 288 - Vive Peligrosamente
P. 288
de lloverles del cielo. No tuve tiempo de ocuparme del "huésped" italiano;
me limité a comprobar que salía del planeador detrás de mí.
Corrí hacia el hotel y me alegré de haber ordenado que se me reservara
el derecho de hacer el primer disparo, sucediera lo que sucediere. El ataque
por sorpresa debía tener éxito. Detrás de mí oía la respiración acelerada de
mis ocho hombres de las SS. Tenía la certeza de haber escogido los mejores
de ellos y que estaban dispuestos a secundarme en mi acción, que
comprenderían el más leve gesto que les hiciera. Pero...debía tener en
cuenta que estábamos completamente solos; que sólo disponía de aquellos
ocho hombres mandados por el teniente Meier.
Limitándonos a ordenar "Mani in alto!" al desconcertado centinela del
primer puesto de guardia, llegamos al hotel y, de pronto, nos encontramos
ante una puerta abierta. Al cruzarla vi ante mí un aparato radiofónico y a un
operador italiano enfrascado en su tarea. Un fuerte puntapié tiró al suelo la
silla en la que tenía asentadas sus posaderas, y un culatazo de uno de
nuestros fusiles en las instalaciones hizo guardar silencio a la radio. No
disponíamos de un tiempo. Debíamos continuar adelante a marchas
forzadas. Los siguientes pasos nos llevaron al otro lado de la habitación,
comprobando que no había en ella ninguna puerta que comunicara con el
interior del hotel. No nos quedaba más remedio que volver a salir al
exterior.
Recorrimos la fachada y doblamos por una de sus esquinas.
Comprobamos, seguidamente, que se levantaba y extendía ante nosotros
una terraza de dos y medio o tres metros de altura. El suboficial Himmel
me sirvió de "soporge", y trepé por su espalda; los demás siguieron mi
ejemplo.
Mi vista se posó sobre la fachada principal del hotel y la recorrió
detenidamente. Vi una cabeza que se asomaba a una ventana. Reconocí al
Duce. ¡Podía sentirme seguro! ¡En aquellos momentos supe que no habían
sido vanos nuestros esfuerzos!
Le grité:
–¡Apártese de la ventana!
E, inmediatamente, nos dimos prisa en alcanzar la entrada principal.
Nos enfrentamos con los soldados italianos que se apresuraban en salir al
exterior, y vimos que acababan de emplazar dos ametralladoras ante la
entrada. Saltamos sobre ella y las derribamos. Los "carabinieri" se
apretujaron en la puerta. A culatazos, que no tenían nada de suaves,
conseguí abrirme paso entre ellos. Mis hombres no cesaban de gritar: