Page 292 - Vive Peligrosamente
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estuviera dispuesto para  despegar inmediatamente.  Pero  me comunicaron
          que el aparato había tenido algunos desperfectos en el  momento del
          aterrizaje y que no estaba en condiciones de despegar. Sólo me quedaba,
          pues, la última posibilidad, el plan "C", el más peligroso de los tres.
            Las fuerzas  italianas, que se nos habían rendido, se dispusieron a
          ayudarnos. Hasta se unieron; algunas de ellas, a las tropas que enviamos al
          valle para recoger a los  paracaidistas que habían llegado con el avión
          siniestrado. Por el observatorio habíamos visto ciertos  movimientos de
          paracaidistas en los acantilados, y esto nos hizo suponer que la caída no
          había sido un completo fracaso. El resto de los "carabinieri" nos ayudaron a
          acondicionar una pequeña zona de aterrizaje, incluso retiraron las rocas de
          mayor tamaño. No  había transcurrido mucho tiempo cuando el capitán
          Gerlach volaba con su aparato sobre nuestras cabezas; describió varios
          círculos en el aire  y esperó nuestras señales que debían de indicarle el
          momento del aterrizaje.
            El capitán Gerlach aterrizó con gran pericia, en aquella altura, acción
          que llevó a cabo la primera y, tal vez, la única ocasión de su vida. Cuando
          le comuniqué que debíamos volver a despegar en el acto, no pareció muy
          contento de mi orden; y cuando añadí que seríamos tres a bordo, afirmó que
          mi idea era irrealizable.
            Le llevé aparte para tener con  él  una conversación, corta pero
          convincente. Finalmente, se inclinó ante el peso de mis argumentos y se
          mostró dispuesto a  ejecutar lo ordenado. Como es de suponer, yo  había
          sopesado los pros y los contras, y  no ignoraba la importancia de la
          responsabilidad que debía asumir. Sin embargo, no tenía otra alternativa;
          no me sentía capaz de dejar solo al Duce en las manos de Gerlach.
            Sabia que si fracasaba el intento de despegue,  mi situación personal
          sería violenta y me ponía la alternativa de decisiones confusas, y al filo de
          algo irracional; lo que en  momentos normales  suele rechazarse
          lógicamente, además de tener muy en cuenta las convicciones profundas y
          mi temperamento racial.
            ¡Tenía la convicción de que no podía presentarme ante Adolf Hitler para
          informarle de tan grave incidente! ¡No lo podía hacer para decirle que mi
          misión había sido cumplida satisfactoriamente, pero que el azar había
          querido se  malograra en el último instante. Puesto que  no tenía otra
          alternativa que llevar a Roma sano y salvo a Mussolini, debía compartir con
          él el peligro, a pesar de tener la seguridad de que  mi sola presencia lo
          acrecentaba!  Si sufríamos un percance, compartiríamos ambos la  misma
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