Page 279 - Vive Peligrosamente
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embargo, suponíamos que nuestro armamento era mejor que  el suyo.
          Nuestras armas automáticas, empleadas por todos los  paracaidistas
          alemanes, nos permitirían contrarrestar la superioridad numérica del
          enemigo. Pero sólo en el caso de que no sufriésemos muchas bajas antes de
          poder atacar.
            Cuando llegamos a este punto de nuestras meditaciones, Radl me dijo:
            –Le suplico, capitán Skorzeny, que no coja la estilográfica para hacer
          cálculos sobre el exacto porcentaje de nuestra suerte. Ambos sabemos lo
          pequeño que es. Pero, a pesar de ello, no nos dejaremos  amilanar y la
          desafiaremos.
            Le sonreí y le dije que aún tenía otra preocupación, y muy grande por
          cierto: ¿Hasta qué punto podríamos jugar  la baza de la sorpresa, nuestra
          mejor arma?
            Meditamos sobre ello durante algún tiempo, hasta que el primer teniente
          Radl dio con la solución.
            –Llevaremos con nosotros –dijo– un alto oficial italiano, uno que sea
          conocido de los "carabinieri" que están en lo alto de la montaña. Su sola
          presencia bastará para que nuestros enemigos se desconcierten; y evitará
          una súbita acción contra nosotros o contra la persona del Duce. Debemos
          aprovechar tal momento para atacar. Tal vez sea nuestra única solución.
            Aprobé su brillante idea  e hicimos cábalas sobre la  mejor forma de
          "agenciarnos" el oficial en cuestión. Decidimos que lo mejor sería que el
          general Student recibiera a nuestro hombre la víspera del día señalado, y le
          convenciera para que formara parte de la expedición. Seguidamente, debía
          quedarse con nosotros;  incluso debía ser  custodiado para evitar que
          cambiara de opinión y nos traicionara. Era imprescindible que se uniera a
          nosotros sin haber tenido previa oportunidad de hablar con alguien.
            Conversamos con un "conocedor" de los asuntos de Roma y repasamos
          la lista que puso en nuestras  manos. Me decidí por un general de
          "Carabinieri" que había formado parte del Estado Mayor de los "comandos"
          de Roma y que, durante los combates, se había  mostrado relativamente
          neutral. Le rogamos se desplazase a Frascatti la noche del 11 de septiembre
          para entrevistarse con nuestro general.
            Pero hubimos de hacer frente a una inesperada situación. Las noticias
          que recibíamos sobre la llegada de los planeadores distaban mucho de ser
          satisfactorias. Nuestros aparatos se habían visto obligados a hacer varios
          rodeos como consecuencia de los ataques enemigos; además, tuvieron en
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