Page 324 - Vive Peligrosamente
P. 324
preocupado por la incógnita que se cernía sobre el posible éxito de nuestra
acción. Y no podía olvidar que la parte que más nos satisfizo de la
liberación de Mussolini fue la exigüidad de pérdidas.
A medida que transcurrían aquellas horas en las que dejaba vagar mis
pensamientos, en ese extraño estado que oscila entre la vigilia y el sueño,
no podía olvidar que, por dos veces en mi vida, me había visto forzado a
entablar conocimiento, súbita e inesperadamente, con jefes de Estado. La
primera vez fue el 12 de marzo de 1938, cuando, de una forma
sorprendente y nada ceremoniosa, conocí al Presidente de la República
Federal de Austria, Miklas. La segunda, el 12 de septiembre de 1943,
cuando aterricé en la cima del Gran Sasso, cumpliendo una misión de
guerra, y conseguí cumplir satisfactoriamente la orden que había recibido,
aprovechando los factores favorables que me salieron al paso. ¿Era extraño
que sintiera una gran curiosidad por saber cómo se desarrollaría mi tercer
encuentro con un jefe de Estado, en tal ocasión el mariscal Pétain?
Pero... El destino no quiso que aquel planeado encuentro se efectuara y
aplazó mi tercer conocimiento con una "alta jerarquía" hasta el otoño de
1944, fecha en que conocí al almirante Horthy, Regente de Hungría, en
condiciones estrechamente relacionadas con la guerra.
Nuestros asiduos paseos por la ciudad de Vichy nos proporcionaron un
cuadro fiel de la situación; y, al cabo de poco tiempo, pudimos trazar un
plano preciso de nuestra acción. Decidimos que el batallón de asalto sería el
primero en adoptar el estado de alarma en cuanto se les diese la consigna en
clave "El lobo ladra", que debía ser transmitida por el propio FHQ.
Los continuos adiestramientos consiguieron que en menos de diez
minutos el batallón estuviese montado en los vehículos, perfectamente
armado y a punto de ponerse en marcha. Tenía la intención de dar la
alarma, en el caso de que los acontecimientos me lo permitiesen, a las
13,45 horas. La marcha hacia los edificios gubernamentales, en la que no
esperaba se me presentasen dificultades ni necesidad de combatir, podía
efectuarse en un intervalo de ocho o diez minutos, de forma que la
compañía del centro, la I de mi Batallón de Cazadores nº 502, podría estar
poco después de las 14 horas en el escenario de los acontecimientos.
Una parte de dicha Compañía, en su marcha, debía apoderarse de un
pequeño puente tendido sobre un afluente del Allier, con el fin de
mantenerlo, costase lo que costase, para facilitarnos la retirada al
aeródromo. Las restantes dos Compañías de protección tenían el encargo de
ocupar militarmente la plaza que se extendía ante los edificios