Page 320 - Vive Peligrosamente
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–Lo mejor de todo sería firmar un Tratado de Paz con Francia; hasta
sería conveniente hacer lo mismo con Inglaterra, al tiempo. Así todos los
problemas quedarían solucionados...
Confieso que sus opiniones no me sirvieron de mucho.
Durante las horas empleadas en aquellas larguísimas entrevistas y
conversaciones, no gané mucho en conocimientos. Tenía no sólo gran
diversidad de opiniones sobre la situación latente, sino también diversas
soluciones para tan difícil asunto.
El conjunto formaba un cuadro sumamente humorístico, con algunas
pinceladas de cinismo, unos toques de optimismo y un aspecto en "blanco y
negro". Y, unido a él, un conglomerado de sátiras dignas de un estudio
psicológico. Con arreglo a como fuese el temperamento del informador con
el que conversaba, las palabras que oía eran, o bien resultado de un
convencimiento total, o bien estaban matizadas, como en el caso del Oficial
de Información, por numerosos "tal vez", "cuandos" "peros" y "quizás". En
los casos en que pedía la "bona fides" de las fuentes de información, se me
contestaba que eran o fruto de la conversación sostenida con un secretario
subordinado francés en la barra de un bar, o procedente de una amiguita de
un oficial de Marina del séquito del almirante Darlan; de esto último se
podía deducir que la "amiguita" en cuestión no daba gran valor ni a la
fidelidad ni al uniforme de sus amantes.
Aquellos dignos caballeros prestaban "sus servicios de información"
muy peculiares por cierto, y luego transmitían sus informes a las "esferas
superiores". Muchas noticias llegaban a oídos del FHQ mediante tales
procedimientos. Ante una situación semejante cabía preguntarse:
–¿Cómo era posible que las "esferas superiores" pudieran formarse una
idea exacta de la situación a través de semejantes fuentes de información?
Nuestra misión dependía de aquel gran número de rumores.
Y no podíamos pasar por alto que si nuestra acción se basaba en
suposiciones falsas, tal cosa sólo podría acarrear graves dificultades a las
relaciones, tanto vigentes como futuras y ya débiles de por sí, entre Francia
y Alemania.
No obstante, aquella misma tarde dimos un largo paseo por la ciudad,
pudiendo comprobar que en ella reinaba la costumbre, tan propia de los
países del Sur, de considerar sagrada la hora de la siesta. Toda la ciudad
parecía muerta; sus calles estaban vacías. Ello me animó a decidir, para mis
adentros, que en el caso de que se nos ordenase atacar fijaría como hora
"X" aquella primerísima de la tarde. En semejantes circunstancias, era casi