Page 315 - Vive Peligrosamente
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El capitán von Fölkersam me dirigió una mirada que comprendí en el
          acto. Sabíamos que aquella noche no podríamos descansar;  que nos
          esperaba un gran trabajo, y  que éste debía hacerse con suma  celeridad.
          Extendió ante nosotros un mapa especial de Vichy, que se había agenciado
          días antes como  medida de precaución. Recordé  mis experiencias de la
          campaña francesa de 1940, y rogué a un oficial me proporcionase un mapa
          "Michelín nº 73", sobre el que fijamos, en líneas generales, nuestra futura
          acción.
            A causa de la gran extensión de terreno que debíamos cercar, sacamos la
          conclusión de que precisábamos de dos batallones para cubrir toda la zona;
          incluso solicitamos un tercero como reserva.
            Como los preparativos no debían llamar la atención, acordamos que el
          cierre de caminos y carreteras debería ser hecho por fuerzas de la Policía de
          Seguridad, encargadas de  mantener el orden, ya que su presencia no
          llamaría la atención tanto como la nuestra. Para la eventual ocupación de la
          ciudad, debía disponer de un grupo de tropas de primera clase que pudieran
          colaborar estrechamente con mi unidad.
            El jefe de Estado Mayor de la Policía de Seguridad, el general Oberst, y
          un coronel del mismo Cuerpo, nos prometieron que, en el plazo de cuarenta
          y ocho horas, trasladarían a Vichy dos batallones motorizados. Pero al día
          siguiente tuve la sorpresa poco agradable de saber que aquellos dos
          batallones estarían a las órdenes de un mayor–general de la Policía. Mas, a
          pesar de todo, según las órdenes recibidas del FHQ, que no dejaban lugar a
          dudas, dicho oficial superior debía estar a mis órdenes en todo momento.
          ¡No debe olvidarse que yo era, simplemente, mayor de las SS!
            Vi que de tal  situación podían derivarse gran número de
          complicaciones, pero no exterioricé  mis temores. Y debo decir,
          complacido, que me equivoqué. El general se alojó en una pequeña casa de
          campo, al oeste de Vichy. Por dos veces pude comprobar que la cocina de
          la casa era tan exquisita, que mi subordinado, el "señor general", no hizo
          otra cosa que disfrutar de ella.
            Al día siguiente  me dediqué a convencer a la Wehrmacht para que
          pusiera a mi disposición una tropa perfectamente instruida.
            Lo que no resultó fácil. No podía hacer nada con viejos soldados como
          los que quisieron asignarme en principio. Lo mismo puedo decir respeto a
          un batallón de reclutas.
            Era indispensable que contase  con auténticos veteranos; con soldados
          que tuviesen una experiencia similar  a la  mía.  De otro modo,  no podía
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