Page 317 - Vive Peligrosamente
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vivía mucho mejor que en Alemania, donde era obligatorio el plato único y
          el rancho. Cierto es que, a pesar de ello, nunca habíamos sentido envidia de
          von Fölkersam que acostumbraba recordar sarcásticamente:
            –El mucho yantar nos satisface, pero  nos engorda  y nos convierte en
          perezosos.
            Sabíamos que no podíamos distraernos con estos gustos si queríamos
          realizar  con éxito la ardua  misión que se nos había encomendado. No
          obstante, me alegré pensando en mis soldados. Podría aumentarles la ración
          con algunos  complementos, cosa que  era siempre bien aceptada por los
          jóvenes comandos, que solían tener un hambre de lobos.
            Pudimos echar un vistazo a la ciudad al día siguiente. No teníamos que
          ocupamos de las tropas, que no llegarían hasta la noche. Puede imaginarse
          que no hicimos de simples turistas.
            En compañía de nuestro anfitrión, un Oficial de la policía de seguridad
          alemana, que también iba vestido de paisano, estudiamos detenidamente los
          edificios ocupados por el gobierno y sus calles adyacentes.
            El "Gobierno" tenía su sede en el mayor hotel de la ciudad, situado en el
          mismo centro de la urbe, que comunicaba por un pasaje cubierto, a la altura
          del primer piso, con un segundo edificio.
            Aquel pasadizo debía jugar un papel decisivo en nuestros planes. Dos
          fachadas principales del Hotel daban  al parque del  Balneario, situado en
          una gran  plaza. Lo primero que  pensamos fue que aquella extensión de
          terreno libre sirviera para facilitar  el avance de  nuestras tropas  en el
          momento de tomar el citado edificio. Pero vimos diseminadas por la plaza
          algunas edificaciones de menor tamaño que eran utilizadas, como así nos
          enteramos más tarde, para protección a los edificios gubernamentales. Los
          soldados franceses que las ocupaban causaron en nosotros muy buena
          impresión; no cabía duda de que estaban disciplinados, que habían recibido
          buena instrucción  y  que estaban bien  mandados. Supimos, entonces, que
          tendríamos que enfrentarnos con resistencia, en el caso de que la sorpresa
          no nos sirviera de ayuda e impidiera que los oficiales tuvieran tiempo de
          dar órdenes y distribuir a sus fuerzas.
            Cuando regresé  a casa  me sentí repentinamente  disgustado.  Y  me
          reproché severamente por mi estupidez, interiormente. Se me acababa de
          ocurrir que nos habíamos portado como simples  novatos  y no como
          miembros de un comando secreto alemán. ¡En modo alguno como tropas de
          comandos en víspera de llevar a cabo una importantísima operación!
          ¿Cómo podíamos permitimos el lujo de paseamos por  la ciudad en
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