Page 194 - El Misterio de Belicena Villca
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aliento. Por eso juró luego, sobre los trece cadáveres, vengar aquellas muertes si
                 en verdad eran producto de la magia negra de los Golen, tal como lo sugería la
                 horrible descomposición que se observaba en los cuerpos: su vida, explicó
                 Pedro, estaba destruida, y hubiese aceptado morir mil veces aquella noche antes
                 de subsistir soportando el dolor de recordar a los que tanto amaba. Consagraría
                 su existencia a buscar a los Golen, ahora sus propios enemigos, y trataría de
                 cumplir su juramento; se vengaría o moriría en el intento: era evidente, dijo con
                 inocencia, que sólo el furor que se encendía en su sangre le permitía sostenerse
                 vivo.
                        Pedro de Creta ignoraba por dónde comenzar la búsqueda cuando
                 llegaron los monjes, parientes de su  esposa, quienes seguramente sabrían
                 orientarlo. Los Hombres de Piedra, cuyos familiares muertos se contaban por
                 cientos, no estaban de humor para conmoverse por el pequeño drama del
                 Caballero bizantino; no obstante, los admiró su noble  ingenuidad, el valor sin
                 límites que exhibía, y la maravillosa fidelidad de su amor. Era obvio que no tenía
                 idea de los enemigos que enfrentaba y que carecía de toda chance ante Ellos;
                 pero sería casi imposible que consiguiese localizarlos por sí mismo y esa
                 impotencia constituiría su mejor protección. Se retiraban pues, los Señores de
                 Tharsis, sin haber dicho una  palabra, cuando fueron alcanzados por Pedro de
                 Creta: el hombre no les había creído lo más mínimo;  por el contrario, estaba
                 seguro que algo le ocultaban y decidió acompañarlos; ofreció la protección de su
                 espada a los monjes, mas, si lo rechazaban, los seguiría a la distancia. No hubo
                 modo de persuadirlo a que abandonase su empresa. Los hombres de Piedra no
                 tenían alternativa: o permitían que los acompañase o  tendrían que ejecutarlo.
                 Decidieron lo primero, pues Pedro de Creta era, claramente,  un hombre de
                 Honor.

                        El jefe de los Domini Canis los estaba esperando. Se llamaba Rodolfo y
                 había nacido en Sevilla,  pero en la Orden lo nombraban como “Rodolfo de
                 España”. Su sabiduría era legendaria, mas, por motivos estratégicos, jamás quiso
                 descollar en los ambientes académicos  y sólo aceptó aquel priorato en las
                 afueras de Tolosa: desde su monasterio operaba el grupo más interno del
                 Circulus Domini Canis. Procedía de la misma familia de Petreño, y tenía un
                 grado de parentesco como de tío segundo de los monjes recién llegados, quienes
                 eran primos entre sí. Ubicó a Pedro de Creta en un monasterio que albergaba a
                 peregrinos laicos y luego habló con franqueza:
                        –¡Lo sé todo! La Voz de la Sangre Pura me lo reveló en el momento de
                 ocurrir. Y la mirada interna me permitió observar el Ritual de los Demonios. Ahora
                 Ellos han partido rumbo al  Templo de Melquisedec con la convicción de que
                 consiguieron exterminar a la Casa  de Tharsis. Poseemos, pues, una pequeña
                 ventaja estratégica que debemos aprovechar acertadamente para salvar a la
                 Estirpe de Tharsis. Este es el cuadro de situación: de España, sólo ustedes dos y
                 la Vraya han sobrevivido; aquí, hay dos monjas, que son mis sobrinas Vrunalda y
                 Valentina; y quedan dos Iniciados, uno en París y otro en Bolonia: a ellos ya
                 envié mensajeros solicitándoles que  se apersonen urgentemente en Tolosa.
                 Caballeros: ¡hemos de sostener un Consejo de Familia!

                        Quince días después estaban los siete reunidos en una cripta secreta, bajo
                 la Iglesia del Monasterio de Rodolfo de Tharsis. En verdad, no había mucho por

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