Page 198 - El Misterio de Belicena Villca
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que nadie imaginó en aquel Consejo de Familia, había ocurrido en San Félix de
Caramán; Valentina se había enamorado perdidamente de Pedro de Creta.
Naturalmente, algo tenía de especial el Caballero bizantino puesto que ya había
sido amado por otra Dama de Tharsis, su finada esposa. Pero la pasión que esta
vez despertó en el Frío Corazón de Valentina, superó todos los argumentos de
Rodolfo y todo razonamiento o consejo de los Hombres de Piedra; la Dama no
atendía razones: o se casaba con Pedro de Creta o la Estrategia de
supervivencia de la Estirpe no pasaría por ella. ¿Y qué decía a todo esto Pedro
de Creta? Sin dudas estaba también enamorado, pero, afirmaba, el juramento
contraído frente a su familia asesinada lo inhibía para formalizar otro casamiento:
antes debía tomar venganza, castigar de algún modo a los malditos Golen. Con
ese propósito había llegado hasta allí y aún aguardaba ser orientado hacia la
guarida de los Demonios. Pero su paciencia se agotaba y, si no obtenía pronto la
dirección requerida, partiría solo, poniendo su rumbo, como Caballero errante, en
manos de Dios.
Como se ve, la situación era enredada pero no imposible de resolver. El
dilema que podría presentar Pedro de Creta, sobre si sería o no digno de
desposar a una Dama de Tharsis, ya estaba dilucidado de entrada con su
anterior matrimonio. Su familia pertenecía a la nobleza bizantina; en el reparto de
una herencia, había salido mal parado por las intrigas de ciertos familiares y,
finalmente, se vio obligado a huir. Uno de los Señores de Tharsis lo conoció en
Constantinopla y le ofreció aquel puesto en España. Tenía ahora treinta y ocho
años; y ya expuse las circunstancias de su viudez. En principio, pues, no existía
impedimento insalvable para que se concretase el anhelo de Valentina: todo se
reducía a convencer al Caballero sobre la importancia de aquella unión. Pero
tampoco sería tarea fácil conseguirlo, ya que habría que brindar explicaciones; y
muchas. Un nuevo Consejo de Familia decidió al fin anular el compromiso con el
Señor de Flandes y hablar claro con Pedro de Creta.
Se le dijo la verdad. Se le hizo comprender que el terrible poder de los
Golen no podía ser enfrentado por hombre alguno si contaba sólo con la sangre y
la espada: era necesaria, también, la Sabiduría; y a Ella podría encontrarla entre
los Domini Canis, con quienes le ofrecían integrarse. Pero no le ocultaron el
peligro mortal que correría si su boda con Valentina de Tharsis fuese descubierta:
sería consciente, dolorosamente consciente, de que en tal caso su familia podría
ser nuevamente exterminada por los Golen. Pedro de Creta entendió así que el
mayor daño posible al Enemigo lo causaría la constitución de una familia de la
sangre de Tharsis que perpetuase en secreto la herencia del linaje. ¡Y entonces
sí se mostró dispuesto a seguir el plan de Rodolfo de España!
La presencia de Pedro de Creta se justificó por la amistad que tenía con el
Barón de San Félix, esto es, con el “Caballero romano” que representaba el
Hombre de Piedra, y luego por el matrimonio con la “hermana” de éste, una joven
castellana de nombre Valentina. La pareja pasó gran parte de su vida recluída en
el Castillo, así como la familia de Arnaldo Tíber, sin despertar jamás las
sospechas del Enemigo sobre su verdadero origen. Para la explotación de la
propiedad, y cubrir toda posible suspicacia entre los aldeanos, los castellanos
contaron con la ayuda inestimable de una familia de villanos a quienes se había
enfeudado la granja. Los Nogaret, que así se llamaban, provenían de un antiguo
linaje occitano profundamente comprometido con la “herejía cátara”, es decir, con
la Sabiduría Hiperbórea. Varios de sus miembros fueron quemados por Simón de
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