Page 201 - El Misterio de Belicena Villca
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aspiraciones imperiales; de hecho el Interregno, el período actual en el que no
existía acuerdo para elegir al Rey de Alemania, podía mantenerse
indefinidamente. Sería ésa, entonces, la ocasión de apoyar al Rey de Francia y
asignarle el papel que en un tiempo se le confió a Federico II. Pero los Golen no
pensaban en el presente Rey Luis IX, personalidad fuerte y difícil de manejar, sino
en su sucesor Felipe III, más débil e influenciable por los clérigos de su corte.
Urbano IV ofrece el trono de Sicilia a Luis IX pero el Rey de Francia no acepta
pues considera legítimos los derechos de la Casa de Suabia: quien sí acepta es
su hermano Carlos de Anjou, Conde de Provenza. Este Caballero, héroe de las
Cruzadas, quiere ser Rey como sus hermanos y acepta convertirse en verdugo
de la Casa de Suabia. Con su intervención en los asuntos de Italia, los Golen
logran comprometer a Francia en su política teocrática y se preparan a restaurar
el Poder del papado según la concepción de Gregorio VII e Inocencio III: después
vendrá, suponen, el Gobierno Mundial y la Sinarquía del Pueblo Elegido.
De acuerdo a la organización feudal de los provenzales, los Señores sólo
cedían tropas por cuarenta días, y a condición de no transportarlas a demasiada
distancia. No pudiendo sacar nada por ese lado, la Orden Cisterciense le financia
a Carlos de Anjou un ejército mercenario de treinta mil hombres. Aquella tropa de
aventureros sin ley penetra en Italia en 1264 y derrota completamente a
Manfredo en la batalla de Benevento: luego se entregarían a matanzas y saqueos
sin par, sólo comparables a las invasiones bárbaras. En la mencionada batalla,
además de Manfredo, perdieron la vida muchos Caballeros del bando gibelino,
entre ellos el padre de Roger de Lauría, niño que se criara en la cámara del Rey
de Aragón, Pedro III, pues su madre era Dama de Compañía de la Reina
Constanza; Roger de Lauría fue, por supuesto, el genial almirante de la armada
catalana, la más poderosa de su Epoca, con la que Pedro III conquistó el reino de
Sicilia años más tarde.
Muerto Manfredo, y desbaratado el partido gibelino, sólo queda el niño
Conradino en Suabia como último retoño viril de los rebeldes Hohenstaufen.
Carlos de Anjou acuerda con Urbano IV la usurpación de sus derechos: se hace
proclamar Rey de Nápoles y se apodera de Sicilia. Inmediatamente establece un
régimen de terror, orientado principalmente contra el bando gibelino; las
expropiaciones de bienes y títulos, ejecuciones y deportaciones, se suceden sin
cesar; en poco tiempo los franceses son tan odiados como los sarracenos de
Tierra Santa. Una de las víctimas más ilustres es Juan de Prócida, el Sabio de las
Cortes de Federico II y Manfredo: miembro de una noble familia gibelina, Señor
de Salerno, de la isla de Prócida, y de varios Condados, no sólo sería despojado
de sus títulos y bienes, sino que Carlos de Anjou cometería una cobarde violación
con su esposa e hija; sólo salvaría la vida merced a la admirable prudencia con la
que supo tratar al Papa Golen Urbano IV.
Un gran clamor se eleva en los años siguientes contra la dominación
francesa. En 1268 Conradino, que a la sazón contaba con dieciséis años, acude
a Italia al frente de un ejército de diez mil hombres, confiando que en la península
se le unirían más tropas. Carlos lo aniquila en Tagliacozzo, haciendo pasar
horrible suplicio a los Caballeros que logra tomar prisioneros. Conradino, el último
Hohenstaufen, trata de embarcarse para huir de Italia pero es traicionado y
conducido a poder de Carlos de Anjou. Se suscita un pedido unánime para que el
nieto de Federico II sea perdonado, pero Clemente IV se muestra inflexible: “la
muerte de Conradino es la vida de Carlos de Anjou”; los Golen no están
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