Page 200 - El Misterio de Belicena Villca
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también cedería su hija Isabel para esposa de Felipe III, hijo de Luis IX. Es que
                 este Jaime I era aquel niño que Pedro II había entregado como rehén a Simón de
                 Montfort “para su educación”: muerto Pedro  II,  una delegación de Nobles
                 catalanes gestionó frente a Inocencio III la devolución del niño, a lo que el Papa
                 Golen accedió con la condición de  que fuese educado por los Templarios de
                 España, esto es, en la Fortaleza de Monzón, la misma donde Bera y Birsa
                 asesinaran a Lupo de Tharsis, a Lamia, y a Rabaz. Tenía seis años Jaime I
                 cuando fue puesto en manos de los Templarios, quienes se dedicarían durante
                 varios años a lavarle prolijamente el cerebro y a convertirlo en un instrumento de
                 su política sinárquica: no ha de sorprender, pues, su conducta poco solidaria con
                 la Causa de la muerte de su padre ni la crítica que sobre los actos de éste vierte
                 en su libro de memorias. Muy opuesta a la política güelfa de Jaime I sería, en
                 cambio, la conducta de su hijo Pedro III el Grande, quien se jugaría entero frente a
                 la teocracia papal.
                        Así pues, al morir Luis IX el Santo, en 1270, ocupa el trono su hijo, Felipe III,
                 llevando como Reina a Isabel de Aragón, hermana de Pedro III. En esa Epoca
                 ocurren los hechos que he narrado ayer, vale decir, el Conde catalán reconstruye
                 el Condado de Tarseval y Valentina se enamora de Pedro de Creta. Felipe III
                 gobernaría hasta 1285, fecha en que le sucedería Felipe IV, el brazo ejecutor de
                 los Domini Canis. Mas ¿qué sucede mientras tanto en la cima del Poder Golen,
                 es decir, en el papado? Para responder hay que remontarse a la muerte de
                 Federico II, cuando se enfrentaba en una guerra exitosa contra Inocencio IV, una
                 guerra que amenazaba terminar para siempre con los privilegios papales: en
                 esas circunstancias, los Golen lo hicieron envenenar en 1250. Pero el Emperador
                 ya había causado un daño irreparable a la unidad política europea y dejaba en
                 Italia un partido gibelino fuertemente consolidado que no se sometería fácilmente
                 a la autoridad papal. Cabe destacar que el odio que los Golen experimentaban
                 entonces hacia la casa de Suabia era sólo superado por el que volcaron durante
                 milenios sobre la Casa de Tharsis: a aquella Estirpe, como a ésta, habían jurado
                 destruir sin piedad.
                        Inocencio III y los Papas siguientes, deciden despojar a los Hohenstaufen
                 de todos sus derechos sobre Italia, es  decir, sobre Roma, Nápoles y Sicilia, e
                 impedir que algún miembro de esa Casa accediese al trono imperial. A Federico II
                 le sucede su hijo Conrado IV, rápidamente excomulgado por Inocencio IV: muere
                 en 1253 dejando como heredero a su único hijo, el pequeño Conradino, nacido
                 en 1252. Como regente del niño, gobierna Sicilia  Manfredo, hijo natural de
                 Federico II. Excelente general, este Rey continúa la guerra emprendida por su
                 padre contra el papado Golen: recibe tres excomuniones de Urbano IV, arma
                 terrible de la época pero que no hace mella en el poderoso ejército sarraceno que
                 ha formado. Manfredo vence en todas  partes y amenaza concluir la obra
                 purificadora de Federico  II; y para desventura de Urbano  IV, casa a su hija
                 Constanza con el infante Pedro de Aragón, es decir, con el futuro Rey Pedro III.
                 Es entonces cuando los Golen deciden realizar una maniobra ambiciosa, que
                 sería inicialmente exitosa pero que finalmente causaría la ruina de sus planes:
                 intentan reemplazar a la Casa de Suabia de Alemania por la Casa de los Capetos
                 de Francia en el papel de ejecutora de los planes de la Jerarquía Blanca.
                        Pese a lo que se diga, el plan no era descabellado pues, particularmente
                 fortalecidos, pero a su vez divididos por  el carácter feudal de sus Estados, los
                 Señores Territoriales alemanes podían ser fácilmente debilitados en sus

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