Page 248 - El Misterio de Belicena Villca
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sospecharon la comedia representada por Clemente  V  hasta que fue
                 demasiado tarde; la Orden del Temple, encargada de fundar la Sinarquía
                 Universal, sería destruida.

                        De ese modo, los Golen de la Orden del Temple fueron exterminados sin
                 piedad, recibiendo en carne propia  la medicina que en tantas ocasiones
                 administraron a los partidarios del Pacto de Sangre: irónicamente, el Tribunal de
                 la Inquisición, del que se valieron para terminar con los  Cátaros, ahora los
                 condenaba de manera inapelable a morir en la hoguera: como en el arte marcial
                 del jiu jitsu, el Enemigo aprovechó sus propias fuerzas para derrotarlos.
                        Jamás olvidarían los Golen el proceso a los Templarios. Especialmente
                 recordada sería la fecha del 10 de Mayo de 1310: ese día, en el Concilio de
                 Senz, cuyo obispado ejercía Philippe de Marigny, hermano de Enguerrand fueron
                 quemados a fuego lento 56 Caballeros Templarios, la flor y nata de la Jerarquía
                 Golen. Desde que los Señores de Tharsis incendiaron el Bosque Sagrado, e
                 hicieron perecer a los 20 de Cartago,  los Golen no habían tenido un día tan
                 aciago como ese 10 de Mayo. Maniatados cada uno de espaldas a un robusto
                 poste, el medio centenar de Golen de Senz formaba una larga fila de
                 condenados, una procesión de espectros marchando hacia el Infierno; a los pies
                 de cada poste, la leña apilada auguraba el próximo fin de los Sacerdotes del Dios
                 Uno. Antes que los hermanos menores arrojasen la tea encendida, un Caballero
                 del Rey Felipe, un monje guerrero de alguna Orden desconocida, se acercaba a
                 los herejes y pronunciaba en voz baja unas palabras, que los presentes tomaban
                 como una piadosa oración. Sin embargo, al oírla, el rostro de los Golen se
                 descomponía de odio, y algunos prorrumpían en atroces maldiciones: aquellas
                 palabras decían, simplemente: –¡Por Navután y la Sangre de Tharsis!
                        Al completar la fila, mientras los  Golen elevaban su Alma a Jehová
                 Satanás y reclamaban un castigo indescriptible para el Hombre de Piedra, aquel
                 Caballero, que no era otro  más que Charles de Tharsis, hizo una señal a los
                 Verdugos, y las hogueras comenzaron a arder. Pronto los Golen, y sus sueños
                 sinárquicos, no fueron más que cenizas; un puñado de vil ceniza que no
                 alcanzaría para lavar el daño causado a la Casa de Tharsis y a tantos otros que
                 cayeron aniquilados por oponerse a esos sueños demenciales.

                        Para completar la obra se requería legalizar el resultado de la Estrategia
                 de Felipe el Hermoso. Con ese propósito el Papa convocó el Concilio Ecuménico
                 de Viena, de Octubre de 1311 a Mayo de 1312. Aunque derrotados en todos los
                 frentes, los Golen aún tuvieron fuerzas para presionar e intentar impedir que se
                 acordase la extinción de la Orden. Hubo una conferencia secreta entre cinco
                 Cardenales fieles a Felipe el Hermoso y seis delegados del Concilio, en la que se
                 les informó a los últimos sobre las terribles consecuencias que traería oponerse
                 al Rey de Francia y absolver a la Orden, pese a las irrefutables pruebas reunidas
                 en su contra. Pero el terror desatado era muy grande, y, entre el castigo del Rey
                 y la venganza de los Golen, muchos permanecieron indecisos. Los
                 representantes del Rey ante el Concilio, Guillermo de Nogaret, Guillermo Plasian,
                 Charles de Tharsis, Enguerrand de Marigny, etc., hicieron gala de su elocuencia
                 para persuadir a los Obispos sobre la necesidad que tenía la Iglesia y la
                 Cristiandad de suprimir aquel foco de herejía. Hubo, incluso, un momento, hacia
                 el mes de Marzo de 1312, en que el Rey amenazó avanzar con sus tropas sobre

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