Page 243 - El Misterio de Belicena Villca
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entraña de su razón de existir. Empero,  según vemos, esa política iba a tener
                 sorpresivo fin.
                        Cabe agregar que la economía antinacional de los Templarios se
                 complementaba en su capacidad destructiva con la ofensiva comercial lanzada
                 sobre Francia por las ciudades italianas. Pero esto tiene otra explicación. Cuando
                 Felipe IV recibió el Reino, era casi una aventura internarse en los caminos de
                 Francia para practicar el comercio; el peligro radicaba en que el trayecto, por lo
                 general, atravesaba numerosos feudos cuyos Señores, empobrecidos por las
                 causas apuntadas, solían gravar con pesados y arbitrarios tributos a las
                 mercaderías en tránsito: eso en el mejor de los casos, pues la más de las veces
                 algún Señor, demasiado celoso de sus  derechos, procedía a despojar a los
                 mercaderes de la totalidad de su carga. Mas si esto no ocurría, el negocio era
                 igualmente riesgoso debido a la acumulación de gravámenes que se sumaban al
                 final del camino. Demás está decir que los Señores feudales, aparte de controlar
                 los caminos, disponían de ejércitos propios con los que guerreaban entre ellos e
                 imponían en cada región su propia ley. Felipe IV, al constituir la Nación Mística, se
                 propuso solucionar este problema de entrada. En su nombre, Enguerrand de
                 Marigny dio la solución: el Rey no debería recurrir jamás, salvo en caso de
                 Guerra exterior, a las tropas de los Señores. Surgía así, de la Escuela de legistas
                 seglares  Domini Canis, el concepto de la  seguridad interior, definido
                 prácticamente en base a la hipótesis del  conflicto interior. La solución de
                 Marigny consistía en crear una especie de cuerpo de policía real, la milicia del
                 Rey, encargada de patrullar todos los caminos y hacer cumplir las leyes del
                 Reino: junto a ellos irían, luego, los recaudadores de  impuestos. Las tropas
                 reales, habitualmente mercenarias, pronto hicieron entrar en razón a los Señores
                 y en poco tiempo los caminos, no sólo  se habían tornado seguros para el
                 comercio, sino que se cobraba un único impuesto en cualquier región del Reino.
                        Fue esa situación de seguridad y orden lo que atrajo la codicia de los
                 comerciantes extranjeros. Las ciudades  italianas, en particular, disponían de
                 flotas que recorrían el mundo adquiriendo los artículos más variados y exóticos,
                 frente a los cuales no había posibilidad de plantear competencia alguna. Las
                 ciudades francesas se vieron así  inundadas de productos importados que
                 contribuían día a día a destruir aún más la economía  del Reino: mientras los
                 comerciantes y mercaderes extranjeros se enriquecían, a menudo vendiendo
                 mercadería de contrabando, el Reino debía afrontar el enorme gasto que
                 representaba garantizar militarmente aquella seguridad  interior. Por eso la
                 moneda se envilecía y surgía la inflación; y los gremios de artesanos, incapaces
                 de competir con los productos extranjeros, caían en la miseria y arrastraban a la
                 industria nacional en la peor depresión. Aparte del  dumping Templario, un
                 riguroso análisis de los  Domini Canis, demostró a Felipe IV quiénes eran los
                 culpables ocultos de aquella situación: los banqueros lombardos y los miembros
                 del Pueblo Elegido. Los  banqueros lombardos financiaban a las compañías
                 italianas que operaban en Francia, cosa que también hacía la Banca Templaria.
                 Y los miembros del Pueblo Elegido se contaban entre los principales apoyos
                 interiores de las compañías y capitales extranjeros: muchos de ellos tenían lazos
                 de parentesco con los banqueros judíos de Venecia o Milán, o con los dueños de
                 grandes compañías, mientras que otros traicionaban a la Nación francesa por
                 mero amor al lucro. Felipe IV sería inflexible con tales alimañas: a unos, sólo los
                 expropió, pues radicaban en otros países; pero a otros los expropió y expulsó del

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