Page 242 - El Misterio de Belicena Villca
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misión y constituiría el acto estratégico más importante de su pontificado; para
Felipe IV, significaba la neutralización de la “II línea táctica” del Enemigo, tal como
expliqué el Día Trigésimo. Naturalmente, no se comprenderá el por qué un Rey
poderoso como Felipe IV, y un Papa que era el Superior General de la Orden,
debían efectuar una planificación secreta para extinguirla, si no se realiza el
esfuerzo de imaginar en qué consistía efectivamente la Orden del Temple en el
siglo XIV, la magnitud de su potencia económica, financiera y militar. Mas, si se
repara en ello, resultará claro que la Orden estaba en condiciones de presentar
varios tipos de respuestas, militares o económicas, que podrían poner en serias
dificultades a Felipe IV. Hay que tener presente que los planes de la Fraternidad
Blanca se apoyaban, en gran medida, en esta Orden, y que la Estrategia del
Circulus Domini Canis exigía su destrucción para asegurar el fracaso de esos
planes: el golpe, entonces, tendría que ser contundente y sorpresivo.
La Orden, en efecto, poseía más de 90.000 encomiendas repartidas en los
países que actualmente se denominan Portugal, España, Francia, Holanda,
Bélgica, Alemania, Hungría, Austria, Italia e Inglaterra. En la Francia de
comienzos del siglo XIV, incluidas Auvernía, Provenza, Normandía, Aquitanía, el
Condado de Borgoña, etc., donde estaban las haciendas más extensas, existían
aproximadamente 10.000 propiedades templarias: de ellas, 3.000 eran
encomiendas de 1.000 hectáreas de promedio cada una. En total, aquellas
propiedades sumaban 3.500.000 hectáreas, lo que representaba el 10% de la
superficie de Francia. Pero este porcentaje no reflejará la potencialidad del
latifundio si no se advierte que aquel 10% de la superficie total de Francia, es
decir, incluidos los ríos, montañas, bosques, y toda suerte de terreno inservible
para el cultivo, constituía un 10% de la mejor tierra, escogida durante dos siglos
con paciencia de monje benedictino y obtenida por medio de donaciones
digitadas por la Iglesia. Y había más: aquellas encomiendas, que se componían
de miles de granjas en plena explotación agrícola, estaban exentas de todo tipo
de impuesto pues la Orden dependía directamente del Papa, privilegio que,
hasta Bonifacio VIII, las convertía en propiedades inviolables para cualquier Señor
temporal. Cambiar esta situación era, precisamente, uno de los objetivos
estratégicos de Felipe el Hermoso, que lo había llevado a enfrentarse con
Bonifacio VIII y a oponer el Derecho Civil nacional al Derecho Canónico.
Mas no se trataba sólo de impuestos: los Templarios, desde el
advenimiento de Felipe IV, venían desarrollando un plan destinado a quebrar la
economía del Reino mediante el empobrecimiento de la nobleza feudal y el
despoblamiento del campo. Sus productos alimenticios, ofrecidos en las ciudades
a precios de dumping o simplemente regalados en los monasterios, tornaban
inútil cualquier intento de planificación económica estatal o explotación racional
de los recursos nacionales; en consecuencia, los Señores Feudales, que sólo
tenían la tierra como fuente de ingresos, se empobrecían cada vez más a causa
de la desvalorización de los frutos del campo mientras aceptaban como una
solución que los campesinos, agobiados de impuestos y a quienes ya no podían
alimentar, emigrasen a las ciudades. Por supuesto que semejante tarea
subversiva estaba acorde con la Estrategia Golen: ésta requería la destrucción de
la nobleza y el debilitamiento de la monarquía como paso previo a la instauración
del Gobierno Mundial teocrático, el cual sería aún una etapa anterior a la
Sinarquía del Pueblo Elegido. Ante la actitud gibelina de Felipe IV, la Orden del
Temple no había hecho más que intensificar una política que estaba en la
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