Page 237 - El Misterio de Belicena Villca
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terminan de deprimir a Bonifacio. Al fin, cede una  ventana y penetran por ella
                 Guillermo de Nogaret y Charles de Saint Félix, seguidos por media docena de
                 soldados de Ferentino que se mantienen a prudente distancia para no ser
                 reconocidos por el Papa. Nogaret y Charles se aproximan al Trono: luciendo la
                 Tiara papal, réplica de la corona egipcia de los Sacerdotes Atlantes morenos;
                 vistiendo la túnica blanca de los Sacerdotes levitas de Israel, en la que está
                 bordado el Trébol de Cuatro Hojas de los Sacerdotes Golen, estilizado como cruz
                 celta; en su mano derecha sosteniendo la Cruz, símbolo del Encadenamiento
                 Espiritual, y en la izquierda las Llaves de San Pedro, símbolo de la Llave
                 Kâlachakra con que los Dioses Traidores al Espíritu del Hombre consumaron su
                 Traición Original; allí estaba sentado, con sus ojos llameantes de odio y de terror,
                 uno de los hombres más perversos de la Tierra.
                        –¡Cátaro, hijo de Cátaro! –exclamó desafiante al reconocer a Nogaret–.
                 ¡Tu amo, el Rey de Francia, no podrá contra la Ley de Jehová Dios!
                        –Caballero soy del Rey  de Francia –respondió el gascón– y os puedo
                 asegurar, detestable Sacerdote, que mi Señor sólo conoce y respeta la Ley del
                 Honor, que es la Ley del Espíritu Santo, de la Voluntad del Dios Verdadero; sólo
                 tu Dios Jehová, que es un Demonio  llamado Satanás, al que obedeces
                 servilmente, puede oponerse a esa Ley.
                        –¡Maldito Golen! –ahora era Charles de Saint Félix, o Charles de Tharsis
                 Valter, o Charles de Tarseval, el que hablaba– ¡Tened por seguro que el Rey de
                 Francia acabará contigo y con las Ordenes diabólicas que os secundan! ¡Jamás
                 podréis gobernar al Mundo mientras existan Iniciados como él o Federico II! ¡Pero
                 tened por más seguro todavía que Nosotros, los Guerreros Eternos de Kristos
                 Lúcifer, acabaremos algún día con los Jefes de tus Jefes, con la Jerarquía Oculta
                 de Sacerdotes Supremos que mantienen al Espíritu Increado en la esclavitud de
                 la materia creada!
                        Bonifacio palideció y se estremeció de terror al oír al Hombre de Piedra.
                 Uno como halo de hostilidad esencial se desprendía de aquel Caballero con una
                 intensidad impresionante: ¿qué era la muerte de la Vida Cálida frente a esa otra
                 Muerte que se intuía a través de su presencia? ¿qué la pérdida de la Vida, de los
                 goces y riquezas efímeras, del Poder en este Mundo o el castigo del Supremo
                 Sacerdote en el otro Mundo que tanto lo atemorizaba hasta entonces, frente al
                 abismo de la Muerte eterna en que lo hundían los Ojos de Hielo del caballero
                 francés?
                        –¡Herejes! –gritó fuera de sí, en momentos en que una puerta saltaba
                 hecha añicos y entraba a toda carrera  una multitud precedida por Sciarra
                 Colonna– ¡Respetad a quien, por disposición del Dios Unico, debe gobernar en
                 todo el Orbe!
                                      Sciarra, aquel enemigo mortal de Bonifacio, alcanzó a oír sus
                 últimas palabras y le propinó una violenta bofetada con la manopla de hierro,
                 haciendo brotar sangre de su mejilla. Nogaret tuvo que contenerlo para que no lo
                 atravesase allí mismo con su espada.  El pueblo y los soldados, entretanto,
                 echaban mano de cuanto objeto valioso tenían a su alcance.

                        Con el palacio tomado, Bonifacio prisionero, y la Ciudad bajo control, la
                 situación no se presentaba, sin embargo, promisoria. Una cosa era entrar en
                 secreto en Italia, y preparar un ataque por sorpresa, y otra salir llevando al Papa
                 prisionero. Ni siquiera en Anagni podrían mantenerse mucho tiempo si los

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