Page 234 - El Misterio de Belicena Villca
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Franciscanos Espirituales, repitiendo a menudo que arruinan el mundo, que
                 son hipócritas y falsos, y que nada  bueno habrá de suceder a quien se
                 confiese ante ellos. Tratando de destruir la fe, ha concebido una vieja
                 aversión contra el Rey de  Francia, en su odio hacia la fe del verdadero
                 Cristo, porque en Francia es donde está y estuvo el esplendor de la fe, el
                 gran apoyo y ejemplo de la Cristiandad. Levantó a todos contra la Casa de
                 Francia, a Inglaterra, a Germania, confirmando el título de Emperador al Rey
                 de Germania, y proclamando que hacía eso para destruir el orgullo de los
                 franceses, quienes se vanagloriaron de no estar sujetos a nadie en cuanto a
                 las cosas temporales, que nadie había  en la tierra arriba de su Rey,
                 añadiendo que ellos mintieron a través de su gola, y declarando que así un
                 Angel descendiese del cielo y dijese que los franceses no están sujetos ni a
                 Bonifacio ni al Emperador, sería una anatema. Permitió que se perdiera la
                 Tierra Santa… empleando en sus guerras personales y en sus lujos el
                 dinero destinado a la defensa de ese sitio. Ha sido públicamente reconocido
                 como simoníaco, y mucho más aún, como la fuente y la base de la simonía,
                 vendiendo beneficios al mejor postor, imponiendo sobre la Iglesia y sobre
                 el Obispo servidumbre y vasallaje, con objeto de enriquecer a su familia y a
                 sus amigos con el patrimonio del crucificado, y para convertirlos en
                 Marqueses, Condes, Barones. Disuelve matrimonios por Dinero… anula los
                 votos de las monjas… en síntesis, Caballeros, dijo que, en breve, haría de
                 todos los franceses mártires o apóstatas”.
                        Impresionados por las acusaciones  de Plasian, todas acompañadas de
                 abundantes pruebas, los parlamentarios convienen en invitar a Bonifacio VIII a
                 asistir al Concilio para que ejerza su defensa. Empero, Felipe IV no se conforma
                 con la aprobación colectiva y redacta cartas personales a las numerosas diócesis
                 de Francia; mientras Nogaret parte a Roma para notificar al Papa, Guillermo de
                 Plasian, escoltado por disuasiva tropa real, visita personalmente cada ciudad,
                 poblado o aldea, y recoge la firma de los estamentos. Como cabía esperar, casi
                 todos firman al leer la carta del Rey y oír la exposición del acusador oficial; sólo
                 se resisten los cistercienses y las  otras Ordenes benedictinas, principales
                 refugios de los Golen: Citeaux, el Cluny, y el Temple, desaprueban airadamente
                 la conducta de Felipe el Hermoso y manifiestan que nada hay de reprochable en
                 Bonifacio VIII. En cambio la Universidad de París, los domínicos de París y los
                 franciscanos de Turena se declaran a favor del Rey.
                        A mediados de Agosto, Bonifacio VIII publica una bula en la que afirma que
                 sólo el Papa está autorizado a convocar un Concilio e intenta defenderse de las
                 acusaciones de Plasian y Nogaret. Al final se pregunta: ¿cómo se ha llegado al
                 absurdo que los Cátaros acusen de hereje al Papa? Pero los espías de Felipe
                 IV le informan que se está redactando el decreto de excomunión del Rey y
                 entredicho del Reino  de  Francia: a la bula se le ha puesto por adelantado la
                 fecha de su emisión: 7 de Setiembre de 1303.
                        Felipe IV decide dar un golpe de mano y capturar a Bonifacio antes que dé
                 a conocer su infame resolución. Ya en Francia, sería juzgado por el Concilio y
                 depuesto formalmente, nombrándose en su lugar un Obispo francés de su
                 confianza. Para cumplir este plan concede carta blanca a Guillermo de Nogaret,
                 a quien entrega su propia espada y dice estas históricas palabras:
                        –“La Honra de Francia está en vuestras manos, Señor Caballero”.


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