Page 229 - El Misterio de Belicena Villca
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Los “delitos” que se imputaban al Rey en Ausculta fili hoy nos parecerían
                 perfectamente soberanos: se lo acusaba de “haber cambiado el sistema
                 monetario”; de “crear impuestos hasta  entonces desconocidos”; de “gravar las
                 rentas que la Iglesia de Francia remitía a Roma”; de “imponer a sus súbditos
                 fronteras nacionales”; etc. Copias de  esta bula fueron leídas y quemadas
                 públicamente en toda Francia, generando un movimiento popular de indignación
                 contra el despotismo teocrático del Papa.
                        Como adelanté, Dr. Siegnagel, con  Ausculta fili se presentó la
                 oportunidad de exhibir la Nación Mística, con esa nueva estructura del Estado
                 que pacientemente habían creado los legistas Domini Canis. Esa demostración
                 se realizó exactamente el día 10 de Abril de 1302, en la Catedral de Notre Dame
                 de París, y puede considerarse como la primera  Constitución del moderno
                 Estado francés. Allí se  reunieron representantes de  todas las provincias
                 francesas, razón por la que se denominó  “de los Estados Generales” a aquel
                 congreso. Pero lo realmente nuevo consistía en los  Tres Ordenes que
                 componían la Asamblea; vale decir, los representantes de la Nobleza, del Clero,
                 y de las Ciudades. Estos últimos, presentes por primera vez en un Consejo
                 presidido por el Rey. Hay que situarse en aquel momento  del siglo XIV  para
                 apreciar en su verdadera dimensión la innovación que significaba incluir junto a
                 Nobles y Eclesiásticos a representantes de la clase plebeya; y ello no como un
                 “derecho democrático”, arrancado por la fuerza a Tiranos sangrientos o a Reyes
                 débiles, sino por el reconocimiento real de que  el pueblo participa de la
                 soberanía, tal como afirma la Sabiduría Hiperbórea. Naturalmente, en el tercer
                 Orden, estaban representados los distintos estratos que integraban el pueblo de
                 la Nación Mística: principalmente  la nueva y pujante burguesía, formada por
                 comerciantes, mercaderes y pequeños propietarios; los gremios de artesanos y
                 constructores; los campesinos libres, etc.
                        Destacada actuación en la organización de aquella primera Asamblea de
                 los Tres Ordenes les cupo a los Señores  del Perro, especialmente a los tres
                 nombrados, Pierre Flotte, Robert de Artois y el Conde de Saint Pol. Pierre Flotte
                 habló al parlamento en nombre del Rey, y sus palabras aún se recuerdan: –“El
                 Papa nos ha enviado cartas en las que declara que debemos someternos a
                 él en cuanto al gobierno temporal  de nuestro Reino se refiere, y que
                 debemos acatar no sólo la corona de Dios, como siempre se ha creído, sino
                 también la de la Sede Apostólica. Conforme a esta declaración, el Pontífice
                 convoca a los prelados de este Reino a un Concilio en Roma, para reformar
                 los abusos que él dice han sido cometidos por nosotros y nuestros
                 funcionarios en la administración de nuestros Estados. Vosotros sabéis,
                 por otra parte, de qué modo el Papa empobrece la Iglesia de Francia al
                 otorgar a su arbitrio beneficios cuyas recaudaciones pasan a manos
                 extranjeras. Vosotros no ignoráis que las iglesias son abrumadas por
                 demandas de diezmos; que los metropolitanos no tienen ya autoridad sobre
                 sus sufragáneos; ni los Obispos sobre  su clero; que, en una palabra, la
                 corte de Roma, reduciendo a nada el episcopado, atrae todo hacia sí; poder
                 y dinero. Hay que poner coto a estos desmanes. Os rogamos, por lo tanto,
                 como Señores y como Amigos, que nos ayudéis a defender las libertades
                 del Reino y las de la Iglesia. En lo tocante a nosotros, no dudaremos, de ser
                 necesario, en sacrificar por este doble motivo nuestros bienes, nuestra vida


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