Page 227 - El Misterio de Belicena Villca
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Felipe IV, y aliados ahora al Rey Fadrique de Sicilia, hijo de Pedro III de Aragón y
                 Constanza de Suabia, se presentaban en la óptica del Papa como los candidatos
                 más firmes para una vendetta Golen. Sólo necesitaban una oportunidad, y ésta
                 se presentó cuando el encono de Esteban Colonna lo llevó a asaltar una
                 caravana papal que transportaba el tesoro pontificio desde Anagni a Roma.
                 Esteban  Sciarra Colonna no había obrado con  intención de robo sino con la
                 certeza de rescatar los bienes de la Iglesia que estaban en poder de un
                 usurpador; por eso condujo el tesoro a la luz del día a su Castillo de Palestrina.
                        El escarmiento que Bonifacio VIII aplicaría a los Colonna, y a los gibelinos,
                 sería ejemplar, aunque característico de la mentalidad Golen. Primero presentó al
                 pueblo de Roma el acto de Sciarra Colonna como un crimen incalificable, por el
                 que responsabilizó a toda su Estirpe: –“El Cardenal Pedro es el Jefe de los
                 gibelinos y tanto él como  el Cardenal Jacobo fueron  los culpables de que la
                 elección papal se retrasara dos años en  Perusa. Ahora, otro miembro de esa
                 familia osa alzarse contra la autoridad del Papa, la más elevada del Universo, y
                 se atreve a robar su tesoro: ese linaje maldito debe ser proscripto de la Iglesia”.
                 En vano fue que los Cardenales Colonna proclamasen la ilegalidad de Bonifacio
                 VIII, que aportasen en favor de sus acusaciones las dudas que la Universidad de
                 París sostenía sobre la renuncia de Celestino V, o que solicitasen la formación de
                 un Concilio General de la Iglesia para expedirse sobre el caso: en menos de un
                 mes, y con la aprobación del Sacro Colegio, los Cardenales Jacobo y Pedro son
                 ex-comulgados y depuestos, así como Juan Colonna y sus hijos, Agapito, Jacobo
                 y Esteban Sciarra. Además de apartarlos de la Iglesia y del cristianismo, en la
                 bula se ordena confiscar sus bienes, propiedades y títulos. Naturalmente, los
                 Colonna se resisten y Bonifacio les responde publicando una Cruzada: quienes
                 participen de ella obtendrán las mismas dispensas que si hubiesen ido a Tierra
                 Santa.
                        Al paso de los cruzados las matanzas de gibelinos se renuevan en toda
                 Italia. El Castillo de Sciarra, en Palestrina, es tomado y, por orden de Bonifacio,
                 reducido a escombros, la tierra arada y cubierta de sal. Sciarra y el resto de los
                 Colonna deben huir a Francia, completamente arruinados. Poco después les toca
                 el turno a los Franciscanos Espirituales: según otra bula, el Santo Oficio
                 encontraba herética sus doctrinas y ordenaba la disolución de la Orden.


                 Trigesimonoveno Día


                        Sólo en 1299 conseguiría Felipe el Hermoso acabar la guerra con
                 Inglaterra. La tregua acordada  por Benedicto Gaetani  se fue desenvolviendo
                 morosamente sin que las Naciones en  pugna cediesen sus intenciones de
                 reanudar la contienda. Finalmente, mediante el tratado de Montreuil, se puso
                 término a la misma gracias a condiciones propias de la Epoca: Eduardo I, Rey de
                 Inglaterra, se casaría con Margarita, hermana de Felipe IV, en tanto que Eduardo
                 II, hijo del inglés, se comprometía con Isabel, niña de cuatro años que era la única
                 hija del francés; Isabel llevaría como dote el Ducado de Guyena pero los ingleses
                 no pisarían por el momento el territorio francés. Al año siguiente, Felipe ocupa
                 con sus tropas el Condado de Flandes y cierra el Cerco estratégico.


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