Page 231 - El Misterio de Belicena Villca
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lógica, es que el Rey se debe someter al Papa pues con ello se cumple “la
                 Voluntad de Dios”. La idea no era nueva, pero ahora se la elevaba a Dogma
                 oficial de la Iglesia y su rechazo explícito implicaría el pecado de herejía.
                        Recordemos, Dr. Siegnagel, las principales conclusiones de la bula. Para
                 empezar, afirma la existencia de una sola Iglesia, negando la reciente acusación
                 de los  Domini Canis de que, dentro de la Iglesia  Católica, existe una Iglesia
                 Golen, herética y satánica, de la cual Bonifacio VIII sería uno de los jefes; de allí el
                 nombre de la bula: Unam Sanctam Ecclesiam... En esta única Iglesia “estamos
                 obligados a creer porque fuera de ella no hay salvación ni perdón de los
                 pecados”. Y esta única Iglesia es análoga a un cuerpo orgánico, en el cual la
                 cabeza representa a Jesucristo y, también, al Papa, el Vicario de Jesucristo: “Por
                 tanto, en esta sola y única Iglesia hay un solo cuerpo, una sola cabeza, y no
                 dos cabezas como las que tiene un monstruo; a saber: Jesucristo y el
                 Vicario de Jesucristo, Pedro y los sucesores de Pedro, son la cabeza de la
                 Iglesia”. “Por esto, las Espadas espiritual y temporal están sujetas al poder
                 de la Iglesia; la segunda debe ser usada para la Iglesia, y la primera por la
                 Iglesia; la primera,  por el Sacerdote; la segunda, por mano de los Reyes y
                 Caballeros, pero a voluntad y conformidad del Sacerdote”. “Una espada, sin
                 embargo, debe estar supeditada a la otra, y la autoridad temporal al poder
                 espiritual”. El Rey no debe inmiscuirse en los asuntos de la Iglesia, así se trate
                 de lo relativo a sus rentas, pues si tal hace comete un grave error, interfiere con
                 el “poder espiritual”, y el Papa está obligado a juzgarlo  y  llamarlo  al  orden,
                 sin que, por el contrario, exista nadie sobre la Tierra que pueda juzgar al
                 Papa:  “Vemos esto claramente en la aportación de diezmos, tanto en la
                 glorificación como en la santificación, en la recepción de ese poder y en el
                 gobierno de las cosas. Porque, como la verdad testifica, el poder espiritual
                 debe instituir y juzgar el poder terrenal, de no ser éste correctamente
                 ejercido”. “Por tanto, si el poder terrenal yerra, puede ser juzgado por el
                 poder superior; pero si en verdad yerra el poder supremo, éste sólo puede
                 ser juzgado por Dios, no por hombre alguno”.
                        Vale decir, que todas las acusaciones contra Bonifacio  VIII expuestas
                 durante la Asamblea de los Estados Generales, y transcriptos en las cartas a los
                 Cardenales, carecen de valor por provenir de quienes no tienen capacidad
                 espiritual para juzgar los actos del  Papa: sólo Dios puede hacerlo. Y creer lo
                 contrario es manifiesta herejía: “Por tanto, quienquiera se resista a este poder
                 así ordenado por Dios, se resiste a la ley de Dios, a menos que pretenda la
                 existencia de dos principios, como los maniqueos... Por lo que declaramos,
                 decimos y definimos que es enteramente necesario para la salvación, que
                 todas las criaturas humanas estén sujetas al Sumo Pontífice Romano”
                 (“Porro Subesse Romano Pontifici, omni humanae creaturae declaramus,
                 decimus et diffinimus omnino  esse, de necessitate salutis”). El guante
                 estaba lanzado a la cara del Rey de Francia; y se advertía claramente, en las
                 palabras de la bula, la intención de excomulgarlo.

                        En los siguientes cuatro meses, Felipe el Hermoso y los  Domini Canis
                 celebran varias reuniones secretas. El prestigio de Bonifacio VIII ha caído más
                 bajo que nunca en Francia, luego de la bula  Unam Sanctam: es el momento,
                 proponen los Señores del Perro, de deponer al Papa; una  vez decapitado el
                 Dragón Golen, será más fácil faenar su  cuerpo. Empero, el argumento de la

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