Page 235 - El Misterio de Belicena Villca
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Guillermo de Nogaret se dirige a Italia acompañado sólo por Sciarra
Colonna, el más temible enemigo personal de Bonifacio, y por Charles de Saint
Félix, un Domini Canis que era nieto de Pedro de Creta y Valentina de Tharsis:
Nogaret conocía a Charles de niño, pues éste era hijo de quien fuera el Señor de
la familia de Saint Félix de Caramán. En Florencia, el banquero del Rey de
Francia entrega a Nogaret una importante suma, pues tenía la orden de proveer
al gascón de cuanto fuese necesario para su misión. Desde allí parten varios
hombres adictos al partido gibelino para dar aviso a los Señores aliados de los
Colonna, en las proximidades de Anagni, Alatri y Ferentino. El Papa se encuentra
en su palacio de Anagni, su ciudad natal en el antiguo Estado pontificio de
Frosinone; la vecina ciudad de Ferentino, rival gibelina de la güelfa Anagni, es el
punto de reunión de los conspiradores; el día elegido: el 6 de Septiembre, es
decir, un día antes de la emisión de la bula que excomulgaría a Felipe IV.
El día señalado, en el máximo secreto, llegan una docena de Señores,
enemigos jurados de Bonifacio VIII, que aguardaban desde hacía años una
oportunidad semejante para tomar venganza: todos ansían íntimamente una
ocasión para ejecutar a Bonifacio, pues consideran inútil su traslado a Francia;
irónicamente, Guillermo de Nogaret deberá apelar a toda su autoridad para
protegerlo y cumplir, así, con la Estrategia de Felipe el Hermoso. Cada Caballero
había viajado por separado, acompañado de una pequeña escolta que no
despertaría sospecha alguna; a estas tropas se sumaban los efectivos
mercenarios aportados por el Capitán Reinaldo Supino, guardia de Ferentino que
se vendió a Nogaret por 1.000 florines. En total se juntan 300 jinetes y 1.000
infantes: aquellas compañías serían realmente exiguas para la empresa que se
proponían realizar, sino fuese que contaban a su favor con el principio de la
sorpresa, ya que ni Bonifacio VIII, ni sus secuaces Golen, imaginaban
remotamente que podían ser atacados en Anagni. Formado a pocos kilómetros
de distancia, el batallón de Nogaret parecía surgido de la nada; y nadie en Italia
pudo saber con antelación de su existencia como para advertir a los Golen.
Uno de los Caballeros gibelinos era Nicolás, de la poderosa familia de los
Conti, cuyo hermano Adenulfo, residente en Anagni, prestaría vital colaboración a
los invasores. Por su intermedio, se logra comprar al comandante de la guardia
papal, Godofredo Busso, por una buena bolsa de oro, mientras que el mismo
Adenulfo se ocuparía de engañar a los anagneses durante el ataque.
A medianoche llegan los guerreros de Kristos Lúcifer frente a la antigua
capital de los Hérmicos; dos Caballeros portan los estandartes de Francia y de la
Iglesia. Nicolás Conti los guía hasta una puerta en la muralla que ha sido abierta
desde adentro y todos se precipitan al grito de: “¡Muera Bonifacio!¡Viva el Rey de
Francia!”. Los jinetes, seguidos de la infantería, se despliegan en varios grupos
por las angostas y empinadas calzadas. Van en derechura donde se yerguen los
suntuosos palacios, pertenecientes a los Cardenales y al Papa, y varias Iglesias
de espléndida ornamentación. El comandante de la guardia papal se une, junto
con parte de los suyos, a las fuerzas intrusas y comienza el sitio al palacio de
Bonifacio VIII, que apenas dispone de unos pocos hombres para resistir. Por una
vez, la historia se invierte: el argumento es el mismo, los personajes semejantes;
es la lucha del Espíritu contra las Potencias de la Materia, del Rey de la Sangre
contra los Sacerdotes Golen, de los representantes del Pacto de Sangre contra
los del Pacto Cultural; pero esta vez es el Rey de la Sangre quien triunfa sobre el
Sacerdote Golen, sobre los exterminadores de la Sangre Pura, sobre los
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