Page 230 - El Misterio de Belicena Villca
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y, de exigirlo las circunstancias, la de nuestros hijos”. La posición de Felipe
                 el Hermoso fue apoyada en forma colectiva por los Estados Generales.
                        Los Nobles y las Ciudades suscribieron sendas cartas en las que
                 rechazaban con duros términos las acusaciones contra el Rey y denunciaban, a
                 su vez, la intención del Papa de convertir al Reino en un feudo eclesiástico; las
                 cartas fueron enviadas, no al Papa, sino al Sacro Colegio. Además, juraron
                 defender con su sangre la independencia de Francia y declararon que, en
                 relación a los asuntos del Reino, nadie había más Alto que el Rey, ni el
                 Emperador ni el Papa. Los Cardenales, desde luego, desecharon considerar los
                 cargos “por el modo descortés de referirse al Papa”; pero las relaciones se iban
                 envenenando cada vez más. Durante la Asamblea, se habían hecho públicos los
                 más atroces crímenes atribuidos a Bonifacio VIII: usurpación de investidura papal,
                 asesinato, simonía, herejía, sodomía, etc; y aquella falta de autoridad moral, de
                 quien pretendía erigirse en Soberano Supremo, fue divulgada en todos los
                 rincones del Reino por los publicistas de  Felipe el Hermoso.  El pueblo estaba
                 entonces con su Rey y no reaccionaría adversamente frente a cualquier iniciativa
                 que tuviese por finalidad limitar las ambiciones de Bonifacio VIII.
                        En cuanto a los Obispos, se encontraban con el siguiente dilema: si
                 concurrían al Concilio, serían considerados “enemigos personales” del Rey;
                 podrían ser acusados de traición y, tal como le ocurriera al Obispo de Pamier,
                 juzgados por tribunales civiles. Mas,  si no asistían, serían excomulgados por
                 Bonifacio VIII. No obstante, pese a las terribles represalias que había prometido el
                 Papa para los que no acudieran a Roma, la mayoría de los Obispos estaban de
                 parte del Rey, a quien consideraban como un representante más digno de la
                 Religión Católica: sólo los Golen y los espías de Felipe IV irían en Noviembre al
                 Concilio; es decir, sólo irían 36 sobre un total de 78 Obispos franceses. Pero
                 antes del Concilio, el 11 de Julio de 1302, un desgraciado suceso vino a enlutar
                 la Corte Mística de Felipe el Hermoso: para sofocar la sublevación general que se
                 había desatado en Flandes, Felipe envía un poderoso ejército de Caballeros, el
                 que resulta aniquilado aquel día en la batalla de Courtrai; y en el campo de
                 batalla quedan para siempre el invalorable  Pierre Flotte, Robert de Artois, y el
                 Conde de Saint Pol, tres Señores del Perro cuya actuación fue principal factor del
                 éxito de la Estrategia de Felipe IV. Inmediatamente son promovidos otros Domini
                 Canis aún más temibles que los tres difuntos: Guillermo de Nogaret, Enguerrand
                 de Marigny y Guillermo de Plasian.
                        Durante el Concilio no se toma ninguna resolución contra Felipe IV pues,
                 como en la fábula, no existiría ningún ratón dispuesto a colocarle el cascabel al
                 gato. Sin embargo, la furia de Bonifacio no tiene límites cuando le informan que
                 en Francia se han confiscado los bienes de los Obispos presentes y se les ha
                 promovido un juicio por alta traición.  Así, el 18 de Noviembre publica la bula
                 Unam Sanctam, que sería considerada como la más completa exposición
                 jurídica jamás realizada en favor del absolutismo papal y sacerdotal.
                 Imposibilitados de tomar otras medidas más efectivas contra Felipe el Hermoso,
                 los Golen intentan entablar una polémica jurídica sobre el tema del “poder
                 espiritual” y el “poder temporal”; por eso Bonifacio vuelve a insistir una vez más
                 con la analogía de las Dos Espadas: la táctica consiste en conseguir que se
                 acepte, como un silogismo, la verdad de que la Espada espiritual está por encima
                 de la Espada temporal; admitido esto, se sigue con la identificación del Papa con
                 la Espada espiritual y del Rey con la Espada temporal: la conclusión, evidente y

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