Page 223 - El Misterio de Belicena Villca
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La célebre  querella de las investiduras, entablada entre Gregorio VII y
                 Enrique IV, entre la Espada sacerdotal y la Espada volitiva, sería renovada ahora
                 por Bonifacio VIII y Felipe IV: pero donde antes había triunfado la primera, ahora
                 se impondría la segunda, con todo el peso que puede descargar la Verdad
                 Absoluta sobre la mentira esencial. Los tiempos habían cambiado y no se trataba
                 ya de un enfrentamiento entre el Sacerdote del Culto y el Rey de la Sangre, en el
                 cual el primero llevaba las de ganar porque dominaba la Cultura a través de la
                 Religión y la Iglesia organizada mientras que el segundo carecía de la
                 orientación estratégica necesaria para hacer valer el poder carismático de la
                 Sangre Pura. Con Felipe IV los Golen se hallaban frente a un Rey Iniciado que se
                 oponía en el plano de las Estrategias, vale decir, en el contexto de la Guerra
                 Esencial: el Sacerdote del Culto y el Pacto Cultural, contra el Rey de la Sangre y
                 el Pacto de Sangre; la Cultura sinárquica contra el modo de vida estratégico; el
                 Papa Golen Bonifacio VIII y el concepto teocrático del Gobierno Mundial, contra el
                 Rey de la Sangre Pura Felipe IV y el concepto de la Nación Mística; los planes de
                 la Fraternidad Blanca contra la Sabiduría Hiperbórea. Sí, Dr. Siegnagel, esta vez
                 la querella se planteaba en el plano de dos Estrategias Totales, y su resolución
                 implicaría la derrota total de uno de los adversarios, es decir, la imposibilidad de
                 cumplir con sus objetivos estratégicos. Mas, como se trataba de la Estrategia de
                 las Potencias de la Materia contra la Estrategia del Espíritu Eterno, representadas
                 por Bonifacio VIII y Felipe IV, no sería difícil predecir quién saldría vencedor. Ello
                 fue mejor sintetizado por Pierre Flotte, un Señor del Perro que era ministro de
                 Felipe el Hermoso: cuando Bonifacio VIII afirmó: “Yo, por ser Papa, empuño las
                 dos Espadas”, él le respondió: “Es verdad, Santo Padre; pero allí donde vuestras
                 Espadas son sólo una teoría, las de mi Rey son una realidad.”

                        Ya en Octubre de 1294 se reúnen numerosos sínodos provinciales
                 franceses para tratar sobre la ayuda que el Rey reclamaba a fin de solventar la
                 guerra contra Inglaterra. Muchos aprueban la transferencia, durante dos años, de
                 un diezmo extraordinario, pero la mayoría de las Ordenes hacen llegar su
                 protesta al Vaticano. Y aquí puede decirse que comienza una de las divisiones
                 más fecundas en el seno de la Iglesia: los Obispos franceses, en gran número,
                 van siendo ganados por la Mística nacional, y se sienten carismáticamente
                 inclinados a apoyar a Felipe el Hermoso; por otra parte, la Iglesia Golen,
                 representada en Francia por las Ordenes benedictinas, esto es, la Congregación
                 de Cluny, la Orden Cisterciense y la Orden Templaria, se oponen furiosamente a
                 las pretensiones de Felipe IV: es el Abad de Citeaux quien eleva a Bonifacio VIII
                 los reclamos más virulentos, luego de la asamblea general de 1296 en la que se
                 compara a los “Obispos serviles”, que aceptan pagar impuestos, con los “perros
                 mudos” de la Sagrada Escritura, en tanto que al Rey se lo equipara al Faraón.
                 Aquella diferencia, que por entonces estaba bastante acentuada, fue dividiendo
                 en dos bandos a la Iglesia de Francia. En el bando del Rey, se alineaban los
                 Obispos nacionalistas, algunos de los cuales eran Señores del Perro, aunque la
                 mayoría se componía de simples patriotas que temían en el fondo un
                 enfrentamiento con la Santa Sede: a ellos no los  descuidaría Felipe  IV,
                 asegurándoles en todos los casos la protección real contra cualquier represalia
                 que sus conductas les pudiesen ocasionar; también la Universidad de París, la
                 más prestigiosa escuela de Derecho Canónico de Europa, se hallaba dividida:
                 allí, aparte de la cuestión de la reforma impositiva, se debatía aún sobre la

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