Page 218 - El Misterio de Belicena Villca
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enemigo esencial de un Rey de la Sangre Pura como Felipe el Hermoso: a lo
                 sumo sería un caballeresco adversario,  otra Nación luchando por imponer su
                 Mística. Por eso Aragón no figuraba en la lista de los seis enemigos principales
                 del Reino de Francia.
                        Al aplicar el principio del Cerco,  Felipe IV determina inmediatamente las
                 fronteras estratégicas de Francia: hacia el Este, el país termina en la orilla del
                 Rin; hacia el Norte, en el Océano Atlántico y el Canal de la Mancha; y rumbo al
                 Oeste, los Pirineos señalaban el límite  del Reino de Aragón. Para Felipe IV, y
                 para sus instructores  Domini Canis, era estratégicamente erróneo intentar
                 expandirse a costa de Aragón, una Nación dotada de poderosa Mística, sin haber
                 aplicado previamente el principio de la Ocupación en el territorio propio: de allí el
                 fracaso de la Cruzada. En consecuencia, dedicaría un gran esfuerzo diplomático
                 a pactar la paz con Aragón, cosa que efectivamente lograría, como se adelantó,
                 en un Congreso celebrado en Anagni en  1295. Con las manos libres, el Rey
                 acometería la empresa de expulsar a los ingleses del territorio francés.

                        La Guyena era la provincia de  Francia más extensa después del
                 Languedoc; de su capital, Burdeos, procedía Bertrand de Got, un Señor del Perro
                 que fue Papa bajo el nombre de Clemente V y de quien se hablará más adelante.
                 Pero aquel enorme Ducado se encontraba en poder de Eduardo I Plantagenet
                 desde 1252, aunque rodeado por los Condados franceses de Poitou, Guyena y
                 Gascuña, y el Reino de Navarra, cuyo Rey era también Felipe IV. La oportunidad
                 de ocupar las plazas inglesas de Guyena la brindaría un conflicto entre marinos
                 ingleses y normandos en el puerto de Bayona en 1292. Los Corsarios ingleses se
                 apoderaron de una escuadrilla francesa y saquearon La Rochele: nada más
                 necesitaba el francés para tomar numerosas plazas fuertes y castillos e intentar
                 cerrar el cerco. Dos años después, Inglaterra y Francia estaban trabadas en una
                 guerra naval encarnizada.
                        La guerra contra el Enemigo exterior inglés no sólo significaba un cambio
                 de frente de la política francesa sino que además aportaba un buen pretexto para
                 iniciar la reforma administrativa del Reino. Esta reforma, largamente planeada por
                 los legistas Domini Canis, debía comenzar necesariamente con la separación
                 financiera de la Iglesia y el Estado: esencialmente, habría que controlar las
                 rentas eclesiásticas, que habitualmente se giraban a Roma fuera de toda
                 fiscalización. Paralelamente, se sancionaría un sistema impositivo que asegurase
                 la continuidad de las rentas reales. El pretexto consistía en la autorización que los
                 Papas habían concedido a Felipe III y Felipe IV para gravar con un diezmo las
                 rentas de la Iglesia de Francia a fin de costear la Cruzada contra Aragón: si bien
                 en 1295 la paz con Aragón estaba concertada, un año antes estallaba la guerra
                 con Inglaterra dando ocasión a Felipe de proseguir con las exacciones. Aquello
                 no era legal; sin embargo pronto lo sería merced a una ley real de fines de 1295
                 que imponía al clero de Francia la contribución forzosa de un “impuesto de
                 guerra” sobre sus rentas.
                        Antes de ver la reacción de la Iglesia Golen, merece un comentario aparte
                 la actitud que había asumido el Papa Golen Martín IV cuando puso en entredicho
                 los Reinos de Pedro III: en ella se aprecia claramente el gran odio que alimentaba
                 hacia la Casa de Suabia. El caso es que aquel imponente ejército, que Felipe III
                 llevó hasta Cataluña, no sólo se financió con el diezmo de la Iglesia de Francia:
                 Martín  IV suspendió la Cruzada que  por entonces planeaba Eduardo  I  de

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