Page 221 - El Misterio de Belicena Villca
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Los Golen, como es lógico, también esperaban controlar a Pedro de
                 Murrone; confiaban sobre todo en el Rey de Nápoles, a quien Pedro profesaba
                 especial afecto: suponían que Carlos II no respaldaría las intrigas de su primo
                 Felipe el Hermoso y proseguiría la política güelfa de Carlos de Anjou; con la
                 ayuda del Rey sería fácil conseguir que  el Papa sancionase como propias las
                 medidas propuestas por Ellos. Y contaban, aparte, con un sorprendente secreto:
                 un Cardenal, Benedicto Gaetani,  procedente de una familia gibelina y
                 abiertamente enrolado en la causa de Francia, era uno de los suyos. Este Golen,
                 Doctor en Derecho Canónico, Teólogo y experto en Diplomacia, se situaría cerca
                 del Santo sin despertar las sospechas de los Colonna, contra quienes alimentaba
                 en su interior mortales deseos.
                        Conviene destacar ahora dos de los cambios introducidos por Celestino V
                 a instancias de Carlos II. Aumentó el  número de Cardenales nombrando otros
                 doce, la mayoría italianos  y franceses, y restableció la ley del Cónclave, que
                 obligaba a reemplazar los miembros vacantes del Sacro Colegio. Y confirió a los
                 Franciscanos Espirituales la autorización para funcionar independientemente de
                 la Orden de Frailes menores. Tales disposiciones favorecieron la influencia
                 francesa en la Iglesia y al partido de los Colonna.

                        Los Golen no llegarían a controlar a Celestino V. Y con el correr de los
                 meses cayeron en la cuenta que la guerra entre Francia e Inglaterra no sólo
                 fortalecía a Felipe  IV sino que amenazaba con paralizar los planes de la
                 Fraternidad Blanca. No había tiempo ya para sutilezas: urgía acabar con el Santo
                 y colocar en su lugar un Papa Golen, un hombre capaz de imponerse a aquel
                 Rey imberbe que se atrevía a desafiar a las Potencias de la Materia: desde el
                 Trono    de    San    Pedro,     cuyo    dominio    Ellos    habían    ejercido    casi
                 ininterrumpidamente durante setecientos años, presentarían a Felipe  IV una
                 oposición como no se veía desde los días de Enrique IV, Federico I y Federico II.
                 Sin embargo, no se atrevían  a asesinar a Celestino por las repercusiones que
                 ese hecho pudiese tener sobre el pueblo de Italia, que se hallaba impresionado
                 con las virtudes espirituales del Papa. Surgió así la idea de convencer al Santo
                 de que su Pontificado no convenía a la Iglesia, necesitada de un Papa que se
                 ocupase de llevar adelante otros asuntos  importantes aparte de los religiosos,
                 como ser los administrativos, legislativos, jurídicos, y diplomáticos. El portavoz de
                 esta idea, y quien ofrecía el asesoramiento legal para concretar la renuncia, era
                 el Cardenal Benedicto Gaetani.
                        Aquellas presiones hacían dudar a  Celestino, pero  podían más los
                 consejos de quienes le solicitaban que permaneciese en su puesto pues la Iglesia
                 requería de la Santidad de su presencia. Al acercarse los cinco meses de su
                 reinado, Benedicto Gaetani llega a recurrir a la burda trama de comprar a su
                 ayuda de cámara y hacer que se instalase desde el piso superior, un tubo
                 portador de voz que daba atrás del Cristo del Altar, en una Capilla a la que
                 Celestino concurría diariamente para orar: la voz que surgió de “Jesus”, dijo:
                 “Celestino, descarga de tu espalda el feudo del papado, pues es peso superior a
                 tus fuerzas”. En principio, el Santo lo  tomó por aviso del Cielo, mas luego fue
                 alertado sobre la patraña. Empero, se acercaba la fiesta navideña y Celestino se
                 disponía a retirarse a un monasterio solitario de los Abruzos para orar en
                 soledad, según era su costumbre de toda la vida. Por consejo del Rey de
                 Nápoles, decide designar tres Cardenales facultados con amplios poderes a fin

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