Page 219 - El Misterio de Belicena Villca
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Inglaterra a Tierra Santa, para derivar contra Aragón el diezmo del clero inglés.
                 Pero además gastó íntegras las sumas con que Cerdeña, Hungría, Suecia,
                 Dinamarca, Eslavonia y Polonia, habían contribuido para auxiliar a los Cristianos
                 de Palestina. Esperando vanamente los socorros de Europa, las plazas de
                 Oriente no tardarían en caer en poder de los sarracenos: en 1291, San Juan de
                 Acre, el último bastión cristiano, cedía frente al Emir de Egipto Melik-el-Ascraf. De
                 esta manera, dos siglos después de la primer Cruzada, y dejando ríos de sangre
                 tras de sí, concluía la existencia del Reino Cristiano de Jerusalén. La Orden del
                 Temple, sin la necesidad ya de simular el sostenimiento del “ejército de Oriente”,
                 quedaba libre para dedicarse a su verdadera misión: afirmarse como la primera
                 potencia financiera de Europa, mantener una milicia de Caballeros como base de
                 un futuro ejército europeo único, y propiciar la destrucción de las monarquías en
                 favor del Gobierno Mundial y la Sinarquía del Pueblo Elegido.
                        Luego de las muertes de Martín IV y Felipe III, el Papa Honorio IV prosiguió
                 otorgando diezmos a Felipe el Hermoso  con la esperanza de que éste diese
                 cumplimiento a la Cruzada contra Aragón.  Igual criterio adoptaría Nicolás IV,
                 desde 1288 hasta 1292, que era partidario de los angevinos pese a pertenecer a
                 una familia gibelina; no obstante, favoreció a la familia Colonna, nombrando
                 Cardenal a Pedro Colonna; fundó la Universidad de Montpellier, donde enseñaría
                 leyes Guillermo de Nogaret; y puso bajo la jurisdicción directa del Trono de San
                 Pedro a la Orden de los Franciscanos menores; la caída de San Juan de Acre le
                 produjo gran consternación y publicó una Cruzada para enviar socorro a los
                 Cristianos e intentar la reconquista; se encontraba trazando esos planes cuando
                 falleció a causa de una epidemia que diezmó la ciudad de Roma. Al morir aquel
                 Papa, que representaba una  alentadora promesa en los proyectos del Rey de
                 Francia, los Cardenales huyeron en su mayoría hacia Rieti, en Perusa, dejando
                 abandonada la Santa Sede por más de dos años: durante ese intérvalo el solio
                 pontificio quedaría vacante. Aparentemente, los doce Cardenales, seis romanos,
                 cuatro italianos, y dos franceses, no lograban ponerse de acuerdo para elegir a
                 un nuevo Papa, pero, en realidad, la demora obedecía a una hábil maniobra de
                 Felipe IV y los Señores del Perro.
                        Los Golen habían favorecido la presencia francesa en Italia porque tenían
                 a la Casa de Francia por incondicionalmente güelfa: jamás previeron que de su
                 seno saldría un Rey gibelino. Tal confianza se vio recompensada en principio por
                 la terrible represión que Carlos de Anjou descargó sobre el partido gibelino y los
                 miembros de la Casa de Suabia. Y estos “servicios” tuvieron el efecto de
                 aumentar la influencia francesa en los asuntos de Roma. Felipe  IV sabría
                 aprovecharse de esa situación para preparar secretamente la resurreción del
                 partido gibelino. Sus principales aliados serían los miembros de la familia
                 Colonna, y el cardenal Hugo Aicilin, quienes se comunicaban con él por medio de
                 Pierre de Paroi, Prior de Chaise, que  era Señor del Perro y agente secreto
                 francés: a todos se les habían ofertado ricos Condados franceses a cambio de
                 apoyo en el Sacro Colegio. El apoyo consistía, desde luego, en impedir que fuese
                 elegido un Papa Golen o, en el mejor de los casos, nombrar un domínico.
                        La de los Colonna era una familia de nobles romanos que durante varios
                 siglos tuvieron mucho peso en el Gobierno de Roma y en la Iglesia Católica.
                 Poseían una serie de Señoríos en la región montañosa que va desde Roma a
                 Nápoles, de suerte que casi todos los caminos hacia el Sur de Italia pasaban por
                 sus tierras. En esos días, había dos Cardenales Colonna: el anciano Jacobo

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