Page 252 - El Misterio de Belicena Villca
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sociedad”. Como complemento de esta falacia se argumenta que la solución, el
                 remedio para todos los males, es “el  perfeccionamiento de  la sociedad”, su
                 “evolución” hacia formas de organización más justas, más  humanas, etc. La
                 omisión radica en que el mal, el único mal, no es externo al hombre, no proviene
                 del mundo sino que radica en su interior, en la  estructura de una mente
                 condicionada por la preeminencia de las premisas culturales que sustentan el
                 raciocinio y que le deforman su visión de la realidad. La sociedad actual, por otra
                 parte, ha logrado judaizar de tal modo al hombre corriente que le ha transformado
                 –milagro que no puede ni soñar la biología-genética– a su vez en un miserable
                 judío, ávido de lucro, contento de aplicar el interés compuesto y feliz de habitar
                 un Mundo que glorifica la usura. Ni qué decir que esta sociedad, con sus millones
                 de judíos biológicos y psicológicos, es para la Sabiduría Hiperbórea sólo una
                 mala pesadilla, la cual será definitivamente barrida al fin del Kaly Yuga por el
                 Wildes Heer.
                        En las tradiciones germánicas se  denomina Wildes Heer al “Ejército
                 Furioso” de Wothan. De acuerdo a la Sabiduría Hiperbórea, el Ejército de
                 Navután se hará presente durante la Batalla Final, junto al Gran Jefe de la Raza
                 Blanca.

                        Es conveniente resumir, ahora, varios conceptos complementarios de la
                 Sabiduría Hiperbórea, algunos de ellos  ya explicados. Para la Sabiduría
                 Hiperbórea, el animal-hombre, creado por El Uno, es un ser compuesto de
                 cuerpo físico y Alma. Como producto de una Traición Original, perpetrada por los
                 Dioses Traidores, el Espíritu Increado, perteneciente a una Raza extracósmica,
                 ha quedado encadenado a la Materia y extraviado sobre su verdadero Origen. El
                 encadenamiento espiritual al animal hombre causa la aparición histórica del Yo,
                 un principio de  Voluntad inteligente: carente de Espíritu eterno, el animal
                 hombre sólo poseía un sujeto anímico que le permitía adquirir cierta conciencia
                 y efectuar primitivos actos psicológicos mecánicos, debido al contenido
                 puramente arquetípico de tales actos mentales. Pero de pronto en la Historia, por
                 causa de la Traición Original,  aparece el Yo en medio del sujeto anímico,
                 sumido en él. Así, el Yo, expresión del Espíritu, surge hundido en la entraña del
                 Alma sin disponer de ninguna posibilidad de orientarse hacia el Origen, puesto
                 que él ignora que se encuentra en tal situación, que hay un regreso posible
                 hacia la Patria del Espíritu: el Yo está normalmente extraviado sin saber que
                 lo está; y busca el Origen sin saber qué busca. Los Dioses Traidores lo
                 encadenaron al Alma del animal hombre para que la fuerza volitiva de su
                 búsqueda inútil sea aprovechada por el Alma para evolucionar hacia la
                 Perfección Final. Sumido en el sujeto anímico, el Yo es incapaz de adquirir el
                 control del microcosmos, salvo que pase  por la Iniciación Hiperbórea, la que
                 produce  el efecto de aislar al Yo, del Alma, por medio de las Vrunas
                 Increadas, reveladas al hombre por Navután. Por eso la Sabiduría Hiperbórea
                 distingue entre dos clases de Yo: el Yo despierto, propio del Iniciado Hiperbóreo
                 u Hombre de Piedra; y el  Yo dormido, característico del hombre dormido u
                 hombre “normal”, común y corriente, de nuestro días.
                        Refiriéndose al hombre normal, se puede decir que el sujeto anímico, con
                 su Yo perdido incorporado, se enseñorea de la esfera psíquica, a la que puede
                 considerarse,  grosso modo, como compuesta de dos regiones claramente
                 diferenciables y distinguibles: la  esfera de sombra y la  esfera de luz; ambas

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