Page 306 - El Misterio de Belicena Villca
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La reunión estaba programada para la  hora 21, pero a las 19 ya se
                 encontraban casi todos en la sala principal del Castillo: sólo faltaba el Noyo
                 quien, según la Castellana, al llegar se había encerrado en una torre, sin
                 descender en todo el día. Muchos no se conocían, y las presentaciones y saludos
                 crearon un clima festivo. Mientras tomaban una cena fría y ligera no cesaban de
                 transmitirse noticias y comentar los últimos acontecimientos de Francia: los
                 nombres de Pierre Flotte, de Guillermo de Nogaret, de Guillermo Plasian, de
                 Clemente V, y de otros Señores del Perro, se pronunciaban con mucho respeto y
                 admiración; pero el de Felipe el Hermoso se hallaba en la cima de la veneración
                 general. Y no era para menos: el Gran Rey, mediante la sanción de más de 350
                 leyes de origen  Domini Canis, había transformado a Francia en la primera
                 Nación de Occidente. Y también, y principalmente, había  destruido en gran
                 medida la infraestructura Golen, además de eliminar a la plana mayor templaria y
                 obligar a huir al resto. Por eso, aquellos que eran virtuales sobrevivientes de la
                 Lejía, reían gozosos de recordar las hogueras templarias.
                        En el momento que levantaban sus copas en dirección al escudo de armas
                 de la Casa de Tharsis, que dominaba la sala desde la pared superior del hogar,
                 hizo su ingreso el Noyo, quien se unió al brindis.
                        –¡Honor et Mortis! –gritó con voz de trueno.
                        –¡Ad Inimicus! –respondieron con vehemencia los presentes.

                        El belicoso grupo se componía de dieciocho Señores de Tharsis, diez
                 Caballeros y ocho Damas, todos Hombres de Piedra. De ellos, doce eran
                 vrunaldinos y seis valentininos. Los diecisiete quedaron en silencio, mirando
                 expectantes al recién llegado. El Noyo comenzó a hablar de inmediato:
                        –Damas y Caballeros: Debéis tener la seguridad de que si os cité con tanta
                 premura no ha sido por capricho sino porque un asunto impostergable lo exigía. –
                 A medida que iba hablando, imprimía a sus palabras un tono de gravedad tal que,
                 algo impensable en un Hombre de Piedra, sugería la influencia de una  fuerte
                 impresión. Semejante efecto no podía ser causado por aquella asamblea; debía
                 tratarse de otra cosa.
                        –En verdad –continuó– esta reunión  la solicitó El, a quien enseguida
                 conoceréis. Yo, por mi parte, sé que  la prudencia aconsejaba aguardar aún
                 algunos años, antes de sostener un Consejo de Familia.
                        Algún sonido brotó de cada garganta pues un murmullo se elevó y ganó la
                 sala. A todos asombraba la revelación de que recibirían un visitante puesto que,
                 en la dilatada historia de la Casa de Tharsis, jamás los Hombres de Piedra se
                 habían congregado en presencia de un extraño. Una  vez que la exclamación
                 colectiva se disipó en el espacio, el Noyo retomó la palabra:
                        –No os preocupéis, Hombres de Piedra, que el Secreto  de la Casa de
                 Tharsis quedará a salvo: nuestro huésped no es de este mundo; vendrá aquí
                 desde K'Taagar y luego regresará a la Ciudad de los Dioses. Pero, es
                 necesario que os relate las circunstancias de mi encuentro con El, uno de los
                 Dioses Liberadores del Espíritu del Hombre, uno de los Señores de Venus. Como
                 sabéis, desde hace cinco años estoy manteniendo la guardia de la Espada Sabia:
                 en ese período de tiempo no cesé de contemplar la Piedra de Venus, mas nada
                 diferente advertía en ella. Día tras día me concentraba en su contemplación,

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