Page 412 - El Misterio de Belicena Villca
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funcionaba sujeta a rígidos monopolios. Mi padre pensaba vender tanino a las
florecientes industrias textiles árabes y turcas, por lo que inició un viaje por Medio
Oriente cuya etapa final era Egipto. Yo tenía 18 años en esa época y,
contrariando los deseos de mi padre que prefería verme convertido en Ingeniero,
mi aspiración más grande era ser agricultor. Confiando que el largo viaje acabaría
por disipar lo que mi padre tomaba como un capricho, fue que accedió a llevarme
consigo.
Al llegar a Egipto fuimos recibidos por un tío abuelo, Hans Siegnagel,
miembro de una rama de la familia que habita, aún hoy, cerca de El Cairo. Los
Siegnagel de Egipto viven allí, al parecer, desde la invasión de Napoleón, junto a
cientos de familias de origen germano, las que conforman una fuerte colectividad.
Bien; durante los días que pasamos en El Cairo, mi interés
estaba centrado en observar los grandes Ingenios Azucareros que se extienden a
lo largo del Nilo y las interminables extensiones sembradas con caña de azúcar.
Papá, al ver que mi inclinación por la Agricultura en vez de disminuir se
hacía más intensa, comprendió que ésa era mi verdadera vocación y decidió
aceptar la amable invitación del Barón Reinaldo Von Sübermann, dueño de un
poderoso Ingenio con plantaciones propias, para que permaneciera en su
hacienda estudiando las técnicas de cultivo.
Estuve allí desde el año 35 hasta el 38, en que las perspectivas de una
paz mundial duradera se diluían rápidamente, debiendo ceder a los insistentes
llamados de mi padre para que regresara a la Argentina.
Emprendí el viaje de regreso en junio del 38, pero no lo hice solo; conmigo
venía la hija del Barón Von Sübermann, una bella Walquiria que por la gracia de
Wothan, puedes contemplar aquí presente.
Reímos todos, especialmente mi madre que había permanecido con los
ojos en blanco, mientras Papá recordaba su fascinante vida.
–¿Qué ocurrió desde entonces? –pregunté, sabiendo que le haría bien a
mi viejo padre completar la historia.
–La guerra abrió brechas dolorosas y forzó separaciones definitivas.
Muertos tus abuelos (mi padre y el Barón) ya no volvimos a conectarnos con los
parientes de Egipto. Muchas veces lo he sentido por tu madre –la voz se le
aflojó– que es alemana-egipcia y ha debido sufrir mucho por la separación.
En cambio –continuó ya más compuesto– mis sentimientos patrióticos sólo
son para este país y en ningún otro lugar estaría mejor que aquí. Fíjate que tu
Bisabuelo, el primer Siegnagel que vino a América, lo hizo en 1860 a pedido del
Gobierno para trabajar en la fabricación de explosivos, ya que él estaba reputado
como Químico de prestigio. ¡En más de un siglo, mi buen Arturo, los Siegnagel se
han hecho más argentinos que el mate!
Cuando papá hizo referencia al sufrimiento que había experimentado por
permanecer lejos de su familia y del solar natal, mi madre se acercó y comenzó a
mecerle tiernamente los cabellos mientras vertía amorosos reproches.
En tanto que los viejos se hacían arrumacos, Yo sentía arder las mejillas;
estaba como alelado, viendo a la imaginación desbocada ya, trazar las más
audaces hipótesis. La afirmación que hacía Belicena Villca en su carta sobre la
misión familiar de “trabajar alquimísticamente el azúcar”, se veía confirmada en
principio por el relato de mi padre. Era una indudable realidad, el que los Von
Sübermann fueron productores de azúcar desde tiempos inmemoriales, pero
¿cómo lo había sabido ella?
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