Page 409 - El Misterio de Belicena Villca
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LIBRO  TERCERO



                 “En busca de Tío Kurt”


                 Capítulo I


                        Puede el lector dar rienda suelta  a la imaginación. Nunca logrará
                 representarse las emociones y el estado de total perturbación en que me sumió la
                 lectura de la carta de Belicena Villca. Fue algo muy extraño para mí; a medida
                 que leía fui experimentando una pluralidad de estados de ánimo. Así pasé del
                 escepticismo inicial a la sorpresa, de ésta al estupor, de allí salté a la curiosidad,
                 y sucesivamente a mil sensaciones más. Finalmente, un entusiasmo primitivo e
                 insensato se apoderó de mí y, en vez de rechazar la carta como una impostura,
                 actitud lógica y perfectamente justificada, hice todo lo contrario, sellando así mi
                 suerte: ¡decidí emprender la aventura!
                        Recién terminaba de leer la carta y, casi sin reflexionar, había tomado una
                 decisión, ¿por qué? Trataré de explicarlo. Hasta el momento de leer la carta de
                 Belicena Villca mi vida estaba vacía de ideales. Tenía un brillante futuro
                 profesional y cuanto necesitaba para mi confort; era afortunado con las mujeres y
                 aunque ninguna lograba ganar mi corazón, eso tarde o temprano ocurriría. Todo
                 hacía preveer que mi vida se desenvolvería por los carriles que conducen al éxito
                 mundano. Y sin embargo algo fallaba en este esquema porque no era feliz.
                 Poseía paz y tranquilidad material pero muchas veces la tristeza me agobiaba;
                 presentía que a mi Espíritu le faltaba un horizonte hacia el cual mirar, un ideal,
                 una meta quizás, digna del mayor sacrificio.
                        Por eso a veces contemplaba con envidia la Historia Universal, los
                 períodos heroicos en los que me hubiese gustado vivir: elegir tal o cual bando,
                 seguir a éste o aquel reformador, cometer esa herejía liberadora o hundirme
                 ardientemente en aquel dogma tiránico. ¡Vivir, luchar, morir, ser hombre! Pero ser
                 hombre no es solamente pensar; es “sentir” el Espíritu. Y el Espíritu se “siente”
                 cuando la vida se orienta en la búsqueda de un ideal; porque los ideales no están
                 en este mundo, son de otro orden, lo mismo que el Espíritu y afines a él.
                        No es fácil. Ser idealista requiere mucho valor ya que la realidad,
                 engañosa y cruel, guarda una trampa para el idealista ingenuo y un sepulcro para
                 el idealista comprometido. He visto cómo el elemento idealista de mi generación,
                 fue sistemáticamente aniquilado y sus ideales calificados de  “nihilistas”. Un
                 Almirante argentino que pasa por persona culta, Massera, dijo en un discurso:
                 “Estamos combatiendo contra nihilistas, contra delirantes de la
                 destrucción, cuyo objetivo es la destrucción en sí, aunque se enmascaren
                 de redentores sociales”. Muchos de los muertos y desaparecidos, no eran tal
                 cosa, sino idealistas que creyeron en el mito infantil de la “revolución social” como
                 medio válido para instalar un orden más justo en el  mundo. Precisamente por
                 creer (ser idealista), no vieron la diabólica trama de intereses en que estaban
                 insertos; precisamente por creer fueron algunos adoctrinados, armados y
                 lanzados imbécilmente a la aventura, por el mismo Sistema sinárquico que
                 después los reprimió. Y no pienso solamente en los que empuñaron las armas,
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