Page 404 - El Misterio de Belicena Villca
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completamente enervada y, como dije, había perdido totalmente la orientación
externa. No podría moverme del sitio en que estuviera, esto lo tenían bien claro.
Pero entonces Yo había decidido morir.
Lo explicaré mejor: si bien Ellos habían quebrado mi voluntad de librarme
externamente, Yo comprobaba a cada instante que conservaba intactas las
facultades espirituales interiores. La voluntad de mi Espíritu, Dr., no estaba
quebrada en el reducido ámbito de la conciencia. Quizás Ellos destruyeran parte
de la estructura psíquica, pero el daño sólo podía reducirse al campo del Alma o
al cerebro físico, es decir, al terreno exclusivamente material. Desde luego, Ellos
no podían saber con exactitud qué había ocurrido con el Espíritu Eterno porque
los Iniciados de la Fraternidad Blanca carecen de capacidad para percibir a los
Seres Increados; pero consideraban un triunfo de sus técnicas de lavado de
cerebro el comprobar que Ya no existían manifestaciones espirituales.
Concretamente, se referían al “Yo”, la manifestación del Espíritu, como un
piloto indicador del estado del prisionero: si el tratamiento culminaba con la
desintegración del Yo, ello significaba que un proceso irreversible impediría el re-
encadenamiento espiritual. Aunque el Símbolo del Origen continuase presente en
la Sangre Pura, la destrucción de la estructura psíquica tornaba imposible que el
Yo se pudiese concentrar nuevamente en la esfera de conciencia. Pero en mi
caso esto no había ocurrido. Como comprenderá, Ellos esperaban que la
ingestión de las psicodrogas diese por resultado un estado de esquizofrenia
aguda, esperanza que en mi caso se vio reforzada por las confesiones que
habían logrado arrancarme. Mas la verdadera situación consistía en que todo
cuanto consiguieron obtener en el interrogatorio no era voluntario ni involuntario
sino mecánico: sus drogas actuaron sobre el sujeto consciente del Alma, no
sobre el Yo, y lo forzaron a volcar el contenido de la formidable memoria racial de
los Señores de Tharsis, una cualidad propia de la especialización biológica de mi
familia con la que presumiblemente los Rabinos no estaban habituados a tratar.
Creyeron así que mi Yo estaba fragmentado o desintegrado y que jamás volvería
a producirse un estado de conciencia espiritual estable: la confesión demostraba,
para Ellos, la fractura irreversible de la voluntad espiritual.
Pero aquella confesión era sólo una estúpida traición del alma, cuyo sujeto
leía los contenidos de las memorias psíquicas. En una esfera profunda, la
voluntad de mi Yo resistió en todo momento la violación sin poder impedir que los
contenidos mnémicos se exteriorizacen mecánicamente: surgieron entonces,
para deleite de los Rabinos, los recuerdos que las memorias conservaban sobre
la Estrategia propia y su ejecución. Se enteraron de lo ocurrido con Noyo y
partieron en el acto sobre sus pasos, suponiendo dejar tras de sí un despojo
humano. Sin embargo, está visto que, como siempre, no les resultaría tan sencillo
acabar con los Señores de Tharsis.
¿Qué había ocurrido? Pues, que Yo alcancé a comprender qué
consecuencias se esperaban del lavado de cerebro y atiné a simular con gran
convicción la demencia esquizofrénica prevista por Ellos. Finalmente,
convencidos de que mi locura no tenía remedio, decidieron evacuarme del
comprometido Monasterio Franciscano e internarme momentáneamente, hasta la
llegada de Bera y Birsa, en un Hospital Neuropsiquiátrico. Para eso tenían que
“legalizarme”, es decir, concederme el status jurídico de prisionera política, a fin
de obtener el asentamiento burocrático en el Hospital y aventar toda futura
investigación. Comenzaron entonces por convocar a un tal “Coronel Víctor
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