Page 413 - El Misterio de Belicena Villca
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Pobre de mí; ni soñaba que esta confirmación del acierto de Belicena era
                 sólo la primera de las muchas situaciones que, en el futuro, me demostrarían
                 hasta qué punto lo absurdo y lo real estaban compenetrados en torno a ella. Ting,
                 Ting, el sonido del triángulo, que tocaba la criada india llamando a cenar, me
                 sacó de tan grises pensamientos.
                        Esa noche fui sorprendido gratamente por una parva de humitas
                 deliciosas; ese plato constituye, desde mi niñez, el más preciado manjar; así que
                 gratificado emotiva y gastronómicamente por mi familia, pronto me tranquilicé y
                 hasta logré olvidar, por momentos, el obsesionante asunto de Belicena Villca.


                 Capítulo III


                        Consideraba seriamente las advertencias de Belicena, sobre los peligros
                 involucrados en la búsqueda de su hijo. A  la luz de su destrucción psíquica y
                 posterior asesinato, estas advertencias adquirían una poderosa elocuencia que
                 no estaba dispuesto a despreciar. Por  lo tanto decidí actuar resuelta pero
                 cautamente.
                        Ya había conseguido toda la información policial posible sobre el caso y
                 casi no albergaba dudas de que los misteriosos asesinos de Belicena fueron los
                 Inmortales Bera y Birsa: la totalidad de las evidencias del crimen así lo indicaban.
                 Sólo seres como Ellos podrían haber  ingresado en esa celda herméticamente
                 cerrada y ejecutarla ritualmente. Y la más llamativa de esas pruebas la constituía
                 la cuerda enjoyada: era  evidente que el “oro de España”, de las medallas,
                 procedía de Tharsis, de las antiguas minas de Tartessos; y que el cabello “teñido
                 con lechada de cal”, de la cuerda, pertenecía a las infortunadas Vrayas tartesias,
                 aquellas que fueron asesinadas por Bera y Birsa cuando salvaron la Espada
                 Sabia y con cuya sangre los Inmortales habían escrito la sentencia: “el castigo
                 para los que ofendan a Yah provendrá del Jabalí”. Indudablemente Ellos
                 consideraban cerrado un ciclo, cumplida una venganza milenaria, tal vez
                 creyesen una vez más exterminada a la Casa de Tharsis, para haber empleado
                 esa significativa forma de ejecución: asesinar a la última Vraya con el cabello que
                 Ellos quitaron a una de las primeras Vrayas, macabro trofeo que ahora devolvían
                 con diabólica lógica. ¡Y qué Misterio se ocultaba en los poderes de Bera y Birsa,
                 en su increíble dominio del Tiempo! Porque del informe policial se desprendía
                 claramente que aquel cabello no había sufrido el paso del tiempo: el cabello
                 de la cuerda, en efecto, aún estaba vivo, como recién cortado de una cabeza
                 humana, de una cabeza de Raza Blanca, cuando se lo trenzó para matar; y
                 de ningún modo revelaba los dos mil doscientos años transcurridos desde
                 entonces. ¿Dónde, Oh si el sólo pensar esta pregunta me llenaba de inquietud,
                 dónde lo habían guardado  hasta ahora sin que envejeciese? ¿Tal vez en el
                 mismo Infierno donde Ellos habitaban, y que Belicena Villca denominaba Chang
                 Shambalá? Sí. Con toda probabilidad ésa  era la respuesta correcta: el cabello
                 procedía de sus Moradas Malditas, donde el Tiempo no transcurría y Ellos
                 tampoco envejecían.
                        Ya había decidido enfrentar el peligro y debía ponerme en marcha cuanto
                 antes. Pero primero quería aclarar definitivamente la cuestión de las leyendas de


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