Page 429 - El Misterio de Belicena Villca
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Cuando la “ley” es precisa, en sucesos que deben encararse jurídicamente por
ejemplo, el discernimiento es automático, racional diríamos. En la compleja trama
legislativa, miles de leyes entrelazadas cualitativa y jerárquicamente regulan la
conducta del hombre en la sociedad civilizada. Existen “figuras” jurídicas typo
que permiten orientar el juicio y determinar con precisión si lo que hace un
hombre es bueno o es malo: es bueno si no produce contradicciones
jurídicamente demostrables, es malo si falta a la ley.
Esto en cuanto a la conducta del hombre colectivamente ajustada a la
“ley”. En la esfera individual el sujeto, generalmente ignorante de la gran variedad
de leyes que reglamentan el Derecho, se conduce de acuerdo a su “conciencia
moral”. Este concepto alude a que el hecho de ser miembro de una sociedad
humana, tanto por la transferencia cultural de generaciones de antepasados
como por la educación o simplemente la imitación del prójimo, capacita al hombre
en el ejercicio de una especie de reflejo condicionado moral que actúa, al fin,
como una intuición (conciencia moral o “voz de la conciencia”). Pero no se
trataría de una verdadera intuición, sino de la apariencia de ésta y lo que
sucedería sería que un estrato de experiencias morales, asimiladas por los
medios mencionados o por cualquier otro y reducidas a nivel inconsciente,
actuarían automáticamente guiando a la razón en el discernimiento de las
oposiciones establecidas y determinando la lógica del juicio.
Se comprende que cuanto más “automáticamente” se desencadena este
mecanismo psicológico, tanto más debilitada está la voluntad de discernir. El
gusto o la comodidad por habitar en medios poblados o ciudades, habla sobre el
predominio de estos procesos inconscientes y explica el miedo pánico a
enfrentarse con situaciones o circunstancias originales donde pueda fallar el
discernimiento. De allí la falacia de creer que el “habitat” ciudadano, ámbito
cultural por excelencia, hace al hombre más “equilibrado”, cuando la verdad es
que el individuo de los medios rurales suele poseer un discernimiento moral más
certero, no racional sino emanado de las profundidades del Espíritu.
El sereno juicio de hombres a los que solemos tomar por ignorantes,
podría llegar a sorprendernos. Sin la costra de infinitas costumbres decadentes
cristalizadas en todos los sitios de la mente, estas gentes sencillas experimentan
también estados de conciencia trascendente, sin hacer demasiada bulla y, lo que
es bueno, sin efectuar “clasificaciones parapsicológicas”.
A los efectos de comparar ambas conductas, supongamos que han sido
puestos (el ciudadano y el hombre rural) a elegir entre Dios y el Demonio, siendo
el segundo la imitación del primero. Con toda probabilidad, la inclinación
racionalista del ciudadano, lo incapacitaría para discernir entre esencia y
apariencia Divina. Tal vez esta distinción tampoco la pueda realizar la simple
mente del campesino; pero, por esta misma simpleza o pureza, él podrá
“presentir” la presencia de Dios, tener la “certeza” de distinguir entre la verdad y
la mentira.
Podrá parecer muy difícil que a alguien se le plantee una disyuntiva
semejante, pero para mí ésa era la cuestión al considerar la necesidad de
recibir “ayuda exterior”. Porque esta ayuda sería, por sobre todas las cosas,
“ayuda espiritual”, y ese auxilio sólo podría provenir del “más allá”, de un Mundo
trascendente a la materia y al hombre. Y aquí es donde Yo me había detenido
perplejo en el pasado: ese “otro Mundo” ¿qué Dios lo rige? ¿cuál es la
verdadera Religión del Espíritu? ¿quiénes son sus representantes en la Tierra?
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