Page 427 - El Misterio de Belicena Villca
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–No hay por qué disculparse, Arturo, –decía el Profesor ante mis excusas–
ha sido una charla de mi agrado, en la cual he recordado con Ud. algo de lo que,
en otros tiempos, hubo también de preocuparme a mí.
En ese día de Verano sólo quedaban, en la Facultad, el Sereno y el
personal de limpieza. Salí en compañía del Profesor Ramirez y le acompañé
hasta una de las Casas Docentes que habita, dentro mismo de la Ciudad
Universitaria. Y nunca más volví a verlo... ¡Que el Incognocible guíe su Espíritu
hacia el Origen, o que Wothan lo conduzca al Valhala, o que Frya le muestre la
Verdad Desnuda de Sí Mismo, que su corazón se enfríe para siempre, que
conquiste el Vril y posea la Sabiduría que tanto buscó durante su vida! Y, por
sobre todo: que consiga huir de la venganza de Bera y Birsa...
Capítulo IV
El regreso a mi departamento lo hice sumido en sombrías cavilaciones,
luchando por evitar que el desaliento me ganara. Pasado el entusiasmo inicial, el
peso de la realidad se apoyaba duramente en mi Espíritu y me planteaba un
interrogante insoslayable: ¿cómo podría Yo, valiéndome sólo de mis propias
fuerzas, cumplir con la solicitud de Belicena Villca? Es cierto que me sentía
dueño de una voluntad inquebrantable, que no cedería así porque sí en mi
determinación de llegar hasta el final, que todas mis fuerzas, sin reservas, las
pondría a disposición de la Causa de la Casa de Tharsis; pero era cierto,
también, lo reconocía humildemente, que Yo no estaba dotado con las virtudes
de Ulises. No; definitivamente Yo no era el Héroe Perseo que según Belicena
descendiera hasta el mismo Infierno para conquistar la Sabiduría: pero no sólo a
aquellos Héroes mitológicos Yo no me parecía; no me aproximaba ni
remotamente a alguno de los Señores de Tharsis. Ellos sí que sabían cómo
resolver toda clase de situaciones. Se habían enfrentado durante milenios a una
infernal conspiración, inconcebible para una mente humana corriente, soportaron
varios intentos de exterminio, y salieron airosos de todas las pruebas, sortearon
todos los peligros, triunfaron de todos los enemigos. Y lo consiguieron porque, al
decir de Belicena, sus corazones eran más duros que la Piedra diamante y
poseían la certeza del Espíritu Eterno; y porque experimentaban una hostilidad
esencial hacia las “Potencias de la Materia”, que les permitía exhibir una
fortaleza indescriptible frente a cualquier enemigo. Ellos se habían mantenido “al
margen de la Historia”, tratando de preservar la herencia de la Sabiduría
Hiperbórea de los Atlantes blancos. Eran Iniciados que actuaban conscientes de
su responsabilidad espiritual. Cumplían con la “Estrategia” de sus Dioses y los
Dioses se dirigían a Ellos y los guiaban.
Yo, en cambio, era incomparablemente más débil. No distinguía tan
claramente como ellos entre el Alma y el Espíritu, aunque la lectura de la carta
me produjo como una revelación del “Yo espiritual”, como la intuición innegable
de la verdad del Espíritu encadenado en la materia; pero por ahora era sólo una
intuición espiritual. Tampoco recibí una tradición esotérica, una sabiduría
heredada, y mucho menos tuve la posibilidad de ser Iniciado en el verdadero
Misterio del Espíritu: busqué, eso sí, la verdad por muchos años, como narraré
luego, y hasta llegué a descubrir por mí mismo la realidad de la Sinarquía
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