Page 425 - El Misterio de Belicena Villca
P. 425
Traté de plantear el interrogante lo mejor que pude al Profesor Ramirez.
Se quedó pensativo un largo minuto y luego, con gesto de desaliento, respondió:
–No lo sé Dr. Siegnagel –me llamaba alternativamente Arturo o Dr.
Siegnagel–. Sólo puedo conjeturar algo. Pero tenga presente esto ¡es sólo una
conjetura! De ninguna manera podría probarlo. Le diré lo que pienso, pero jamás
lo repetiría fuera de esta oficina y de este momento.
Contuve la respiración por temor a que el Profesor callara.
–Sabido es que el poder financiero judío comienza a desarrollarse a fines
de la Edad Media, cuando los orfebres en metales preciosos (casi siempre
judíos), vistos en la obligación de construir cámaras de seguridad para guardar el
oro y la plata de los Señores feudales y Nobles, comienzan a efectuar préstamos
a interés, utilizando como garantía estos depósitos ajenos. El primer paso fue
emitir un documento, reconocido por todos, como “elemento de pago”, verdadero
papel moneda que permitía comerciar sin necesidad de efectuar pagos en
metálico. Desde luego que este “descubrimiento” fue rápidamente adoptado y
utilizado a discreción por grandes comerciantes y prestamistas, al estilo del
“Mercader de Venecia” que tan brillantemente retratara Shakespeare. Pero, el
secreto del enriquecimiento, estaba sin duda en la usura, verdadero origen de la
“Banca”.
En el siglo XVII ya hay suficientes bancos judíos en el mundo como para
asegurar a éstos una buena porción del Poder; el siglo XVIII, por poner un
ejemplo, ve la ascensión de la “Casa Rothschild”, familia judía dueña de la Banca
del mismo nombre, de nefasta actuación hasta el siglo XX.
Todo esto es historia conocida, pero lo que quiero significar es que,
obtener el control de los medios financieros, lleva inevitablemente a una lucha por
el control del Estado. Y al fin de la Edad Media, cuando comienza esta historia, el
Estado es la Iglesia Católica, razón por la que, entre los siglos XV y XX, la
lucha por el Poder iba a enfrentar en muchas ocasiones a la Iglesia Católica y al
Gran Kahal Judío.
Estos enfrentamientos, a veces feroces, deberían haber acabado con uno
de los bandos, si en el curso de los siglos algo así como una mano invisible no
hubiera intervenido siempre para conciliar a ambos oponentes. Estudie, Arturo, la
Historia y verá con claridad lo que le digo; cuando surge el conflicto por un lado,
sea que lo inicie la Iglesia o los Reyes Católicos o la Inquisición, etc., contra el
Poder Judío, o por otro lado, sea que la Conspiración Hebrea lanza “la
Revolución”, “la Masonería”, “el Marxismo”, etc., contra el Poder Cristiano, allí
aparece un elemento moderador, suavizador del conflicto; evitando la lucha
inminente; diluyendo las tensiones. Este elemento, brazo ejecutor inconsciente,
es el celta. ¡Pero atrás del celta está el verdadero instigador: el Golen, el Fili, el
Druida, con su poder increíble!
¡Sé que pensará que no estoy en mis cabales, Arturo; y no puedo probar
esta conjetura fantástica que apenas me atreví a formular!
El Profesor me miraba turbado. Era evidente que temía haberse excedido
y por eso sus ojos trataban de taladrar mi cerebro. Y sin embargo, a pesar de sus
prevenciones, sus hipótesis se quedaban cortas frente a la magnitud de los
planes Golen que denunciara Belicena Villca en su carta: era cierto, tal como lo
comprendiera el Profesor, que los Golen “mediaban” entre la Iglesia y la
425