Page 435 - El Misterio de Belicena Villca
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De mis pertenencias poco es lo que pude salvar pues, lo que fue
                 suficientemente fuerte para sobrevivir el sismo, sucumbió a la caída de los
                 cielorrasos. Entre ello mi coche, que  si bien podría repararse de las múltiples
                 abolladuras, no saldría de la cochera en varios días por estar obstruída la rampa
                 de entrada.
                        Había quedado arruinado de la noche a la mañana como Job. Pero sin su
                 famosa paciencia.

                        No voy a negar que en un primer momento me ganó la desesperación;
                 cualquiera lo encontrará comprensible situándose en mi lugar. Luego de la
                 siniestra experiencia narrada, con el peso de una larga noche sin dormir y la
                 carga del día anterior en que visité al Profesor Ramirez, había que ser más que
                 fuerte para no ceder y desmoronarse. Pero conforme pasaron unos días, mi
                 Espíritu fue recobrando su temple habitual, y las cosas comenzaron a resolverse.
                 Alquilé un Departamento en un barrio cercano y lo amueblé con la ayuda de mi
                 hermana y algunos amigos. Las cosas que se rompieron, y era imprescindible
                 reponer, las adquirí echando mano de mis escasos ahorros.
                        Todos estos arreglos los hacía impulsado por mis seres queridos, quienes
                 en su solidaridad se preocupaban de mi estado de ánimo abstraído e indiferente.
                 Pensaban –por desconocer las extrañas circunstancias en que ocurrió el sismo–
                 que el desastre me había sumido en un shock volitivo.
                        El razonamiento no era desacertado  pues, si bien nunca fui demasiado
                 apegado a los bienes materiales, la pérdida de cuatro años de trabajo y
                 sacrificios resultaba una prueba demasiado dolorosa, que  en otra ocasión me
                 habría afectado bastante. En ese momento, la verdad era otra: mi mente, desde
                 el instante que recobré la serenidad, no cesaba de analizar los momentos vividos.
                 Estando absorbido por el recuerdo de esa noche infernal, se entiende que
                 apareciese a la vista de los demás como ausente y abatido.
                        Lejos de estarlo, iba creciendo en mi  interior una rabia sorda, un furor
                 ciego que, sin obnubilarme, parecía más bien que me nutría de fuerza vital y
                 valor. ¡No me echaría atrás! ¡Ahora menos que nunca!

                        Una semana después de ocurrido el temblor, me hallaba preparado y listo
                 para salir de viaje. El retraso no afectaba substancialmente mis planes anteriores
                 y por ello, con una saludable impaciencia juvenil, deseaba largarme cuanto antes.
                        Era nuevamente lunes; preveía pasar por Cerrillos para despedirme de mis
                 padres y, si me apuraba a salir, llegaría a tiempo para desayunar con ellos.
                        Cargué un bolso y un maletín en el maltrecho Ford, finalmente rescatado
                 de entre los escombros, y partí hacia la aventura.


                 Capítulo VII


                        Decir que no era el mismo hombre de siete días atrás sería incorrecto
                 pues, esencialmente, nada había cambiado en mi interior. Sin embargo Yo no
                 me sentía igual y sabía que jamás volvería a ser el de antes. –Como Dante, bajé
                 al Infierno y volví –pensaba–. Vivir a partir de ahora con el recuerdo del Abismo,
                 lógicamente, tiene que ser distinto.

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