Page 440 - El Misterio de Belicena Villca
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Considerando las analogías que ofrece esta metáfora con los sucesos que
                 he narrado anteriormente,  podrá comprenderse cual era mi estado espiritual.
                 Como el hombre del ejemplo, al ver el bosque arder y transformarse
                 desapareciendo por momentos entre el humo, lo que constituía su Mundo y su
                 seguridad, así Yo también vi disolverse la realidad confiable y cotidiana en un
                 fuego de maldad inconfundible.
                        Como el hombre de la metáfora que se sentía extrañamente seguro en las
                 aguas del lago, hasta ayer volubles e ignotas, también Yo estaba ahora seguro y
                 firme en las hasta ayer desconocidas aguas del Espíritu.
                        El hombre del bosque, mientras flotaba a salvo, miraba el mundo
                 consumirse y pensaba: –he nacido de nuevo. También Yo me sentía renacido
                 en el confín del Alma y sólo por este sentimiento inexpresable podría decirse que
                 Yo era otro hombre, aunque esencialmente siguiera siendo el mismo.


                 Capítulo VIII


                        Me dirijía, pues, a la casa de mis padres, imbuido de ese optimismo
                 místico que sólo experimentan los que se saben renacidos. Tomada la decisión
                 de partir, sólo pensaba en los fenómenos de la fatídica noche del 21 de Enero,
                 tratando de interpretar su sentido trascendente. En pocos minutos llegaría a
                 Cerrillos, pero luego, estos pensamientos me acompañarían por muchas horas
                 del viaje que emprendería.
                        Treinta minutos después, conducía el coche por los doscientos metros del
                 camino de entrada en compañía del fiel perro Canuto.
                        Mis padres, que promediaban el desayuno, se sentían felices de verme y
                 lo expresaban entre saludos y risas.
                        Trataban de borrar, con su afecto, el recuerdo del desastre vivido. Yo
                 agradecía interiormente estos halagos, pues necesitaba adquirir reservas de paz
                 y tranquilidad, en previsión de futuros infortunios. Sabía que una hora más tarde,
                 al partir, mi mente se concentraría en analizar todos  los pormenores del
                 complicado embrollo en que me hallaba comprometido.

                        –Dispones de un hermoso día para viajar –decía Papá mientras atacaba
                 una salchicha asada de apetitoso aspecto–. Conduce con cuidado, hijo, recuerda
                 que por la mañana los camioneros vienen medio dormidos.
                        –Descuida Papá; iré despacio y en tres horas estaré en Tucumán –afirmé
                 sin mucha convicción.
                        Katalina, mi hermana, me alcanzó la salchicha con huevos, los panecillos
                 humeantes y el café. Comprobé asombrado que se me hacía agua la boca de
                 hambre, y caí en la cuenta de que venía alimentándome mal desde varios días
                 antes. Sentir hambre es, si hay con qué saciarlo, siempre una señal de buena
                 salud. No pensé más y me entregué, decididamente, a consumir el desayuno.
                        La Finca posee un amplio comedor con un ventanal orientado al Este, de
                 frente al camino de entrada; pero por las mañanas el desayuno lo tomábamos en
                 la cocina. Esta se encuentra detrás del comedor, ocupando la pared Sur que
                 tiene una gran ventana fija de cuatro metros de largo con una mesa de madera


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