Page 442 - El Misterio de Belicena Villca
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–Al pasar los años –continué– solía recordar aquella noche pero sin darle
                 mayor importancia. Sólo una vez, tendría unos nueve o diez años, me atreví a
                 preguntarle a Papá y su reacción fue muy extraña: sufrió una gran ofuscación y
                 me prohibió volver a hablar de ello, pero unos minutos después cambió y trató de
                 convencerme que Yo recordaba un sueño, un mal sueño, que había tenido de
                 niño.
                        Por lo tanto jamás volví a mencionar el asunto. Hasta hoy. –Mamá suspiró
                 y sacudió la cabeza como si despertara de una pesadilla.
                        –¿Por qué Arturo, por qué treinta y dos años después, todavía te acuerdas
                 de esa noche? –preguntaba más para sí misma que a mí– ¿por qué te empeñas
                 en revivir un fugaz recuerdo que no significa nada para ti?
                        –Madre, te repito que no deseo causarte dolor; aguarda que aún no te he
                 dicho lo que deseo saber –dije con voz tranquilizadora–. Dime dos cosas
                 solamente: si ese hombre era de nuestra familia y si tenía que ver con la guerra.
                        Aquí usé un tono firme que convenció a Mamá de lo inútil de negarse a
                 responder.

                        –Mira Arturo, tú eres ya un hombre hecho y no ignoras lo atroz que ha sido
                 la guerra. En los años siguientes a 1945, los ánimos estaban caldeados y mucha
                 gente tuvo que vivir huyendo. Pero ahora es diferente; mucho tiempo ha
                 pasado... ¡no conviene a nadie escarbar aquello...! –había una súplica en la voz
                 de Mamá.
                        –Mamá, no respondes a mis preguntas y eso está mal ¿es que no confías
                 en mí?


                        –. . . . .   –Sólo una mirada muda por respuesta.
                        –Debes decirme lo que sabes pues es muy importante para mí, para mi
                 futuro, ¿entiendes? –aseguré con firmeza.
                        Era evidente que no entendía y decidí ser más convincente.
                        –Estoy atravesando una terrible crisis espiritual, Mamá. El Destino me ha
                 puesto frente a una diabólica encrucijada de caminos, en donde un error de
                 elección, significa extraviarse por el camino equivocado, lleno de obstáculos y
                 peligros reales. Tus respuestas me ayudarían a no fallar; créeme Mamá. –Tomé
                 sus manos con las mías en un desesperado esfuerzo por infundirle confianza.
                        –No entiendo nada de lo  que dices, pero presiento que estás realmente
                 preocupado, hijo. Te diré lo que deseas saber, y Dios me perdone si me equivoco
                 al hacerlo, –respiró profundamente y continuó: –Kurt; él era quien vino esa noche
                 de 1947. Mi hermano Kurt, que fue dado por muerto o desaparecido en Berlín en
                 1945, estaba en realidad cumpliendo una misión en Italia cuando terminó la
                 guerra. Permaneció dos años oculto en un Monasterio franciscano del Sur de
                 Italia, hasta que en 1947 pudo venirse a la Argentina, merced a una red de ayuda
                 para fugitivos de guerra que funcionaba apoyada por el gobierno del Presidente
                 Perón.
                        –Pero, Mamá –interrumpí– ¿por qué  no volvió a Egipto, a la hacienda
                 familiar? El gobierno egipcio fue muy protector de los alemanes, especialmente
                 después de la fundación del Estado de Israel en 1948.
                        –Es un misterio. Jamás quiso decirlo, ni el motivo de la persecución, ya
                 que sólo contaba con 30 años –razonaba Mamá ingenuamente– y casi siempre
                 tuvo destinos diplomáticos.

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