Page 444 - El Misterio de Belicena Villca
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Había adivinado mi intención y respondido en consecuencia; comprendí
                 que sería difícil sonsacarle la dirección de mi resucitado tío Kurt.
                        –No comprendes Mamá; no se trata de  un capricho; es importante que
                 hable con él para obtener una información que es posible él posea y que para mí
                 es tan vital como el aire que respiro. Por la seguridad no debes preocuparte, ¿en
                 qué puede afectarle la visita de un desconocido una sola vez en la vida? Hay mil
                 justificativos para recibir a un visitante que luego no volverá nunca más. Porque
                 eso es lo que haré, Mamá, ¡lo juro! Una vez que le haya preguntado lo que deseo
                 saber me iré y no volveré jamás –trataba de convencerla con cualquier
                 argumento y ella, dudando, miraba hacia las viñas como buscando la protección
                 de mi padre.
                        –Vamos Mamacita, dime dónde está. Tengo derecho a ver una vez en la
                 vida a tío Kurt.
                        Al fin se decidió aunque demostrando gran contrariedad, y mientras ella
                 hablaba, lejos de alegrarme por mi persuación, maldecía por dentro el dolor que
                 le había causado y la angustia que sin duda le produciría esta confidencia; por lo
                 menos hasta la vuelta de mi viaje.
                        –El está cerca de aquí, en la Provincia de Catamarca. Nunca he ido a
                 visitarlo pues me lo prohibió expresamente aunque me dio la dirección para un
                 caso de emergencia.
                        Le di una tarjeta y la estilográfica, comprobando que mi madre había
                 memorizado los datos.
                        –¿En estos 35 años no lo has vuelto a  ver ni le has escrito? –pregunté
                 incrédulo.
                        Sonrió mientras me devolvía la tarjeta y la estilográfica.
                        –Sí tontuelo. Le hemos visto con tu padre unas pocas veces, en Salta y
                 una vez en Buenos Aires, para unas vacaciones. Pero nosotros no le escribimos
                 nunca. El nos escribe un par de veces por año, a una casilla de Correo que tu
                 padre tiene en Cerrillos y nos avisa cuando irá a Salta, ocasión que
                 aprovechamos para reunirnos unas pocas  horas. No llegan a veinte las veces
                 que lo he visto en estos años.
                        Me costaba creer que dos hermanos separados por sólo 350 km. no
                 pudiesen visitarse a causa de hechos que nadie recuerda, ocurridos cuarenta
                 años atrás y a miles de millas de distancia. No obstante justificaba los temores de
                 mi madre y comprendía el esfuerzo que debió hacer para ceder a mi solicitud y
                 confiarme su secreto.
                        Súbitamente recordé a Papá y temblé por anticipado, calculando la ira que
                 le acometería al conocer mi impertinencia. Mamá no le ocultaría mis reclamos
                 desconsiderados y él montaría en cólera. La vergüenza me cubriría y tal vez
                 tendría que prometer no ir a Catamarca. Decidí evitar cualquier discusión y partir
                 inmediatamente.
                        Besé a Mamá en la frente y me dirigí al automóvil. Ella no debió notar mi
                 prisa pues antes que alcanzara a poner el motor en marcha me gritó:
                        –Aguarda, Arturo; espera unos minutos que te daré algo.
                        Entró en la casa y a pesar de mi impaciencia, hube de esperar diez largos
                 minutos. Al fin volvió con un sobre en la mano.
                        –Escribí unas líneas para Kurt. Eres tan apresurado que no piensas que él
                 no te conoce. Te vio cinco minutos cuando eras un chiquillo ¿cómo crees que te
                 recordará?

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