Page 441 - El Misterio de Belicena Villca
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rústica a la par. Toda la pared Oeste de la cocina, la ocupa el fogón y el hogar
contiguo.
Sentado frente a la ventana con vista a los viñedos, tomaba el desayuno
en compañía de los míos y revivía la nostalgia de muchos amaneceres
semejantes. Pero una nube negra turbaba mi Espíritu; una, como secreta voz, me
advertía que quizá éste fuese el último desayuno consumido de esa agradable
manera. Y entonces Yo luchaba por ahuyentar tan lúgubres presagios
masticando con fiereza la salchicha asada...
–Hasta pronto Arturo –se despidió mi padre– voy a recorrer los canales de
riego.
–Chau Papá –lo acompañé hasta la puerta trasera y me quedé mirándolo
mientras se alejaba hacia la caballeriza en busca de su viejo zaino. Minutos
después lo veía alejarse al trote por el camino que corre de Este a Oeste,
paralelo a la acequia principal. Ya debía haber partido pero me retrasaba adrede
pues deseaba hablar a solas con Mamá.
Aún estaba en la cocina y bastó una seña para que solícitamente viniera
junto a mí. Esta actitud no le habría llamado normalmente la atención, pero
cuando pasé una mano por su hombro y comencé a hablar, un gesto de sorpresa
se pintó en su rostro.
–Mamacita querida –le dije zalamero– deberías perdonarme si lo que voy a
pedirte te causa algún dolor...
–Sabes hijo que lo que tengo es tuyo... –cayó en la cuenta que no le
solicitaba nada material y su rostro se mostraba ahora francamente alarmado–
¿qué puedo hacer por ti Arturo?
–Tranquilízate Mamá, sabes que no te causaría ninguna preocupación si
no lo creyese absolutamente necesario.
–Déjate de rodear y dime qué diablos quieres –dijo mi madre, que estaba
comenzando a perder la calma.
–¿En qué año nací Mamá? –pregunté, yendo al grano.
–Tú lo sabes bien; en el 44. El 30 de Enero de 1944. Tienes ahora 36
años.
–Bien Mamá; escucha atentamente. Nunca hablamos de ello pero quiero
decirte que recuerdo una noche, más de treinta años atrás; Yo tendría tres o
cuatro años y algo, un ruido, no se qué, me despertó. Era tarde, Katalina dormía
en la cama contigua y por la ventana se veía la luna cayendo del Oeste. Creo que
sentí voces pues me levanté sin vestirme y bajé la escalera del hall,
debatiéndome entre el sueño que me cerraba los ojos y la curiosidad que me los
abría.
Estaban Papá, tú y alguien a quien nunca había visto antes; un hombre
alto, de mirada aguda. Todavía hoy recuerdo su mirada penetrante y su altura
mayor que la de Papá, que mide 1,80 mts. Fue él quien me descubrió en la
escalera y lanzó aquella carcajada estruendosa, ante la mirada angustiosa de
ustedes. En fin, no es mucho más lo que retengo en la memoria. Me parece estar
en sus brazos y creo recordar que me daba algo brillante que atrajo
completamente mi atención. Luego tú me acostaste nuevamente y al día
siguiente el desconocido ya no estaba allí, ni tampoco volví a ver su obsequio.
Mamá había palidecido. Nos detuvimos junto al juego de jardín y le hice
una muda indicación de que nos sentáramos bajo el roble.
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