Page 477 - El Misterio de Belicena Villca
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Tharsis, el hijo de Belicena Villca. Y era claro para mí que al llevarle la carta de
Belicena Villca, Nimrod no dudaría en ponerme en camino hacia Noyo Villca, a
quien le transmitiría el mensaje póstumo de su madre. Sin dejar de sonreír por la
alegría que me produjeron sus revelaciones, mi mente trabajaba a gran
velocidad, mientras en el rostro de tío Kurt se reflejaba la sorpresa ante tal actitud
incoherente. Pero es que Yo pensaba, pensaba sin cesar, en la forma de obtener
la dirección de Oskar Feil, o Domingo Pietratesta, consciente de que mi tío jamás
me la daría voluntariamente. Al fin dí con la clave, sencilla, puesto que estuvo
todo el tiempo frente a mis ojos: ¡los diarios! Eso era: buscaría en Córdoba los
periódicos de Diciembre de 1979 y revisaría los avisos necrológicos. ¡Y allí
descubriría el domicilio de su familia!
Finalmente adopté una actitud más seria y respondí a tío Kurt:
–Ciertamente que la última parte de tu revelación no es del todo fausta –
dije con pesar–. Lamento sinceramente la muerte de tu Camarada; y más
lamento aún, sabrás entenderlo, que su muerte te haya desconectado de la
Orden Tirodal. No obstante, es tan extraordinario lo que me has contado de dicha
Orden, que podría repetir tus palabras de esta tarde: “creo que me has traído
algo que esperé mucho tiempo”. Tú lo decías por la carta, que aún no has leído,
pero Yo creo también que la información sobre la Orden, y quizás este libro que
aún no he leído, constituyen una respuesta concreta al verdadero motivo de mi
visita. Porque, si bien vine conscientemente a indagar sobre la relación entre los
. y los Druidas, es claro que tal indagación está inserta en la cuestión mayor de
la búsqueda del hijo de Belicena Villca, el verdadero motivo, inconsciente pero
efectivo, de todos mis movimientos. Y esa búsqueda pasa inevitablemente por la
Orden de Constructores Sabios de Córdoba, de la que tú me has referido:
¿comprendes por qué en el fondo estoy contento? Porque el descubrimiento de
esa Orden representa lo más necesario para mí, lo más importante, mucho más
que obtener noticias sobre los Druidas.
Sí, tío Kurt, –afirmé enfáticamente– es imprescindible que leas cuanto
antes esa carta. No te molestaré hasta que acabes. Pero has hecho muy bien en
anticiparme que tenías conocimiento de la Orden Tirodal: ello me ha quitado un
peso de encima y ahora podré aguardar con más tranquilidad lo que tengas que
decirme luego.
Capítulo V
Acepté, pues, conceder a tío Kurt el tiempo suficiente para que leyese la
carta, sin imaginar lo que derivaría de tal concesión. En primer lugar, sea porque
efectuó su lectura concienzudamente, sea porque, muy probablemente, el idioma
castellano le impidió captar con más rapidez los oscuros conceptos de Belicena
Villca, o sea por el motivo que fuese, lo cierto es que recién concluyó a los diez
días. Pero, en segundo lugar, lo más irritante del caso es que durante ese tiempo
se encerró en su cuarto negándose a salir ni siquiera por un minuto del mismo.
Delegó toda las tareas de la Finca en su capataz José Tolaba y ordenó que la
comida le fuese servida en la habitación por la vieja Juana. Y en vano fue que Yo
intentase quebrar esa determinación: mis notas no tuvieron respuesta, y no logré
penetrar la lacónica lealtad de la vieja con mis preguntas. En síntesis: ¡que tuve
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