Page 472 - El Misterio de Belicena Villca
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referirse a ese asunto, a menos que mi impaciencia lo obligase, y por eso había
ocultado aquel envoltorio: de no ser necesario, no lo habría mostrado en ese
momento.
Al concluír, quedó entre sus manos un libro de voluminoso aspecto,
cubierto con gruesas tapas forradas en tela roja. Sosteniéndolo frente a mis ojos,
lo abrió y quedó al descubierto la primera hoja; en ella se anunciaba en primer
término, el título de la obra y el nombre del autor: “Fundamentos de la
Sabiduría Hiperbórea” por “Nimrod de Rosario”. Más abajo, una inscripción
daba indicios sobre la filiación del libro: “Orden de Caballeros Tirodal de la
República Argentina”.
Cuando hube leído aquellas escuetas frases, tío Kurt dio vuelta a la hoja y
me señaló una “Carta a los Elegidos” que se hallaba inserta a modo de prólogo;
al final de la misma, tres hojas después, se encontraba la firma del autor, Nimrod
de Rosario, y la siguiente indicación: “Córdoba, Agosto de 1979”.
–¡Seis meses! –exclamé– ¡Sólo seis meses que fue publicado! ¿Cómo, tío
Kurt, cómo Demonios llegó a tus manos?
–Ja, Ja. No precisamente por voluntad del Demonio sino a mi buen amigo
Oskar, quien falleció hace sólo tres meses y se llevó el secreto a la tumba. –Aquí
se puso serio, al notar el desencanto en mi rostro–. Sé que esta parte de la
noticia no va a causarte ningún agrado, pero es preferible que conozcas de
entrada la verdad.
Oskar, de quien te hablaré más adelante, se hallaba como Yo refugiado en
la Argentina desde 1947. Al igual que con tus padres y otros Camaradas, solía
encontrarme con él un par de veces por año: luego de esos encuentros secretos
cada uno regresaba a sus tareas habituales. Ni cartas, ni teléfono, nada nos
debía vincular si es que deseábamos continuar libres. A mí, ya se sabía que me
perseguía una oganización secreta cuyas órdenes decían sin dudar “ejecutar
donde sea hallado”; pero el caso de Oskar era distinto: a él lo buscaban
“oficialmente” para ser juzgado por “crímenes de guerra”, y el reclamo lo hacía la
Unión Soviética, puesto que Oskar Feil era oriundo de Estonia. Pero Oskar, que
pasaba por inmigrante italiano con el nombre de “Domingo Pietratesta”, había
contraído matrimonio en la Argentina y tenía una hermosa familia a la que se
debía proteger por sobre todas las cosas: en su caso no cabía ni pensar la
posibilidad de dejarse atrapar por el Enemigo. Por eso extremábamos las
precauciones para reunirnos cada seis meses. Y es que tampoco podíamos dejar
de unirnos pues ambos éramos entrañables Camaradas, no sólo desde la guerra,
sino desde muchos años antes, desde la época en que juntos cursáramos la
Escuela N.A.P.O.L.A.
–Ah, Oskar, Oskar, –suspiró tío Kurt–. Un amigo para más de una vida.
Una compañía para conquistar Cielos e Infiernos, un Camarada para la
Eternidad.
–¿P, pero él murió? –dije balbuceando, para traer a tío Kurt a la realidad.
Se quedó un instante en silencio. Al fin pareció reparar en mí, y continuó
con su relato.
–Si, neffe. Oskar falleció hace cuatro meses; de “muerte natural”, según
todas las versiones, pero no se me oculta que pudo haber sido asesinado: sea de
su muerte lo que fuere, su esposa jamás denunciaría públicamente la verdad. El
futuro de los tres hijos de Oskar la obligaría a morderse los labios antes de
hablar. De manera que ignoro con certeza lo que ocurrió ya que, por obvias
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